Velazquez (Un Andaluz)

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
Diego nació en la española ciudad de Sevilla en el año 1599, el 6 de junio, fue bautizado en la Iglesia de San Pedro (hoy día existe una placa en el lugar que conmemora el acontecimiento). De madre con orígenes sevillanos y quizá hidalgos, y de padre con orígenes portugueses, su talento afloró a una edad muy temprana, y a los diez años comienza un duro aprendizaje en el taller de Francisco de Herrera el Viejo, un conocido pintor en la Sevilla del XVII. Debido a desavenencias entre tutor y discípulo, este decidió marcharse al año, pasando a las manos de Francisco Pacheco, pintor de estilo manierista, autor del tratado El arte de la pintura (1649). Transcurrirían siete años (1617) hasta que, un joven Velázquez, con dieciocho años cumplidos, se instalase como pintor independiente, tras examinarse en el gremio de pintores de su ciudad natal. Es necesario aclarar la gran influencia que ejerció Pacheco sobre Velázquez, ya no sólo pictórica, como es de esperar de un aprendizaje, sino, en mayor grado, cultural y literaria, hecho que no se entiende sin saber que el maestro Pacheco era un gran conocedor, como buen hombre erudito de su época, de la literatura clásica.
Dos años más tarde de su reconocimiento como pintor, Velázquez decide casarse (1618) con la hija de su mentor, Juana de Pacheco, con quien tendría dos hijas. En consecuencia, a los diecinueve años, Velázquez ya era un pintor independiente y casado que se dedicaría, en los seis años siguientes (1618-1623) a elaborar encargos religiosos y a desarrollar el estilo tenebrista, influido por autores de renombre, como Caravaggio. La obra clave de esta época es El aguador de Sevilla (1620), en la que el claroscuro intencionado por el autor se muestra con una maestría excepcional. También es de destacar, dentro de esta época, La comida (1619), de un marcado acento naturalista.
Durante esta etapa de su vida, llevó a cabo una incesante vida sociocultural en Sevilla, participando de círculos culturales como, por ejemplo, el Círculo de las Artes, que, casualmente, estaba presidido, no de una manera rígida, sino más bien informal, por Pacheco, su maestro y suegro. También consiguió hacerse un sitio como pintor en la vida sevillana, dado el éxito de sus primeras obras, por lo que no tardaría en hacerse con un discípulo, Diego de Melgar, del que no se sabe mucho.
A consecuencia del cambio de reinado que había tenido lugar por aquellas fechas, en el que Felipe IV sucede a su padre, Felipe III, toda la corte real, que durante el reinado de Felipe III había estado inundada de nobles castellanos, cambia de fisonomía, surgiendo como principal figura real el Conde-Duque de Olivares, don Gaspar de Guzmán. Éste, oriundo de Andalucía, abogó por que la corte estuviera integrada mayoritariamente de andaluces. Considerando Diego de Velázquez que esta podría ser una oportunidad idónea para conseguir un puesto de pintor en la corte real madrileña, viajó a Madrid, de donde, tras una primera tentativa, regresó con las manos vacías. En este viaje conoció a Luis de Góngora, de quien haría el retrato años más tarde. Corría el año 1622.
Pacheco, su mentor y su suegro, quería a toda costa que Velázquez subiera de escalón, alcanzara el puesto de pintor del Rey, pues sabía que esto supondría su madurez en la rica vida artística de su discípulo. Esto haría que, en 1623, con la intercesión de Juan de Fonseca, uno de los andaluces en la corte de Felipe IV, Pacheco lograra del Conde-Duque de Olivares, una orden de presentación en Madrid para que Velázquez pintase al monarca. No cabe duda de que el retrato de Velázquez fue magistral, pues constituyó el aval que le aseguró la tan ansiada presencia indefinida en la corte real. Tras unas semanas de acomodación, trae a su mujer y a su hija (la otra había muerto un año antes), así como al servicio, a vivir a la capital, en una casa de la calle Concepción Jerónima.
Tras cuatro años, Felipe IV le nombra ujier de cámara, por lo que recibiría una mayor asignación.
Pero todavía estaría por llegar el hecho que marcó para siempre la vida artística del genial pintor: en 1628, Peter Paul Rubens, pintor de la escuela flamenca, visita Madrid y, de la mano de Velázquez, visitó el monasterio de El Escorial. En ese encuentro del pintor de renombre con el que habría de empezar, Rubens aconseja a Velázquez que visite Italia, que no se centre únicamente en el influejo español, y que indague en la pictórica renacentista, para poder dar un giro completo a su carrera. Quizás fuera también Rubens quien le aconsejara sobre la ejecución de Los Borrachos, obra que marcó un cambió de rumbo en la vida artística de Velázquez. Otras teorías afirman que también fue él quien intercedió ante el rey para que permitiera a Diego su viaje a Italia.
Partió del Puerto de Barcelona con un buen salario en sus bolsillos, acumulando su sueldo de los dos años siguientes a su partida, el 10 de agosto de 1629. Esto marcaría un antes y un después en la vida artística del pintor, pues no se concebía, en pleno siglo XVII, que un pintor no acudiera a Italia, como parte de su formación. Llegó a Génova el 23 de agosto de 1629, desde donde empezó una gira por los principales estados italianos hasta llegar a Roma, donde se alojaría, en un principio, en el Palacio Vaticano, bajo la protección del Cardenal Barberini, aunque, posteriormente quiso trasladarse a Villa Médicis, en una de las colinas romanas, desde donde tenía unas vistas maravillosas.Y donde pintaría sus famosas '"Vistas de la Villa Medicis",' considerados los dos primeros ejemplos de pintura "au plein air", por los pintores impresionistas, En uno de ellos, puede verse una copia de La Ariadna Dormida, que se conserva en el Museo del Prado, adquirida posteriormente, por el propio pintor. Allí entró en contacto directo con la Teoría y la Práctica del Arte Italiano, de su tiempo, y de su esplenderoso pasado.Y así, pudo medir su conocimiento anátomico, piedra de toque, de todo gran artista, realizando obras como 'La Fragua de Vulcano'. Seguramente bajo la influencia del Clasicismo temprano,con referencias a la estatuaria clásica, y un recuerdo de Guercinno. O la "Túnica De José", con Guido Reni como mención. Tras caer enfermo, decidió marcharse de Roma, para ir a Nápoles. Allí conoció a personalidades como la reina de Hungría María de Austria, a quien retrató (1630), o al gran estandarte de la pintura española en Italia, José de Ribera.
Es preciso decir que con el retrato de María de Austria culmina una etapa artística (1623-1631) que estaría marcada por la sencillez y la elegancia en su pintura.
En 1631, en su regreso a España, recibe el encargo de retratar al príncipe Baltasar Carlos, que había nacido durante su estancia en el extranjero. Quizás sea este encargo el que haga al mundo artístico ver el cambio que había experimentado la pintura de Velázquez, que ya no es tenebrista, ni influida como anteriormente: se iluminan los ambientes, se llena de modernidad las figuras y las escenas, y la libertad artística se hace más patente que nunca. El color se aviva, renace y surge intenso.
Algunas obras de esta etapa son los numerosos retratos ecuestres para el Palacio del Buen Retiro, así como otra de sus obras cumbres, Las Lanzas (o La Rendición de Breda) (1635). Para la Torre de Parada efectuó retratos de caza, como el del infante Fernando o el del príncipe Baltasar Carlos. También encontramos otros retratos de esta etapa como el de Felipe IV en castaño y plata, o el de Isabel de Francia, la reina consorte.
En 1633 se casa la hija de Velázquez, de nombre Francisca, con Juan Bautista Martínez del Mazo, pintor también. Un año después, su suegro le cedería su puesto de ujier de cámara, para asegurar el futuro económico de su hija. Velázquez, ocupará, nueve años tras su cesión, el puesto de Ayudante de Cámara, que supone los favores reales, dado que se convierte en una de las personas más próximas al monarca. Por otra parte, tras este nombramiento, se suceden una serie de desgracias en la corte y en las proximidades del monarca: caída del poder del valido del rey, el Conde-Duque de Olivares (que había sido protector suyo), la muerte de la reina Isabel en 1644, la muerte de su suegro y maestro Francisco Pacheco, el 27 de noviembre de ese mismo año, y la defunción del príncipe Baltasar Carlos, a los 17 años de edad.
Tras todos estos sucesos, Velázquez, consternado, decide irse en 1648, por segunda vez, a Italia, ya no como aprendiz, sino como embajador y artista español, ya que llevaba entre sus manos misiones oficiales también. Tras salir de Málaga, llega a Génova el 21 de enero de 1649. Otra vez realiza un recorrido por los principales estados italianos, aunque en dos etapas: la primera, que llega hasta Venecia, donde adquiere obras de Veronés y Tintoretto para el monarca español; y la segunda, que llega hasta Roma, tras pasar por Nápoles, donde se reencuentra con Ribera. En Roma retrata al pontífice Inocencio X, obra en la que, utilizando como medio el contraste de luces, consigue llenar de expresividad todo el cuadro. Hay teorías que adjudican la famosa Venus del Espejo a esta etapa en Italia. Y creen, ciertos autores, es, el retrato de su amante, y la madre de un hijo ilegítimo del pintor. Tratada por el Maestro, con un ejemplar dominio de su técnica, tanto en su ejecución, como en la manera de ocultar a la verdadera persona que se refleja, una vez más, en un espejo, tema tan velazqueño, por otro lado.
Se puede observar que, desde que Velázquez desembarcara en Génova, y tal como le ocurriera en su primer viaje, vuelve a transformar su estilo pictórico, dotándole de la luz que tanta ausencia había tenido, mediante la cual exagera la perspectiva y llega a conseguir la perspectiva aérea. Estas transformaciones estarían vigentes hasta el fin de sus días.
Velázquez regresó a España en 1651, dos años después de su partida. Tras su regreso, Felipe IV lo nombra aposentador real, cargo que le quita gran cantidad de tiempo para desarrollar su labor artística. De hecho, durante esta etapa última, realizará escasas obras, aunque dos de ellas supondrán los mayores éxitos de su vida. Estas obras son Las Meninas (1656) y Las Hilanderas.
Habiéndole sido concedida la Orden de Santiago, a la cual él tanto aspiraba, en 1659, murió el 6 de agosto de 1660 habiendo padecido una larga enfermedad. Fue enterrado al día siguiente con todos los honores de la Orden de Santiago en la iglesia de San Juan Bautista. Su mujer, Juana Pacheco, murió siete días después.