General Juan de Austria (Victoria en lepanto)



Don Juan de Austria (Ratisbona, Sacro Imperio Romano Germánico, 24 de febrero de 1545 o 1547 – Bouge, cerca de Namur, actual Bélgica, entonces parte de los Países Bajos españoles, 1 de octubre de 1578), hijo natural del Rey Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, y de Bárbara Blomberg, fue miembro de la Familia Real Española, militar y diplomático durante el reinado de su hermano por vía paterna, Felipe II de España.

Un decreto fechado el 1 de enero de 1567 obligaba a los moriscos que vivían en el Reino de Granada, en particular en la zona de las Alpujarras, a abandonar totalmente sus costumbres, lengua, vestido y prácticas religiosas. La aplicación de la norma provocó que, ya en abril de 1568, se planease una rebelión abierta. A finales de ese año, casi doscientos pueblos empezaron la revuelta.
El rey destituyó al marqués de Mondéjar y nombró a don Juan de Austria Capitán General, esto es, comandante supremo de las fuerzas reales. Puso a su lado consejeros de confianza con los que debía deliberar, entre ellos Requesens. El 13 de abril de 1569 llegó don Juan a Granada.
La política de deportación agravó la situación. Para lograr mayor efectividad, don Juan solicitó a su hermano autorización para pasar a la ofensiva. El rey se la concedió y don Juan salió de Granada al frente de un ejército. A finales del año 1569 había logrado pacificar Güéjar y puso sitio a Galera. La situación se estancó: era una fortaleza difícil de tomar. Don Juan de Austria ordenó el asalto general, haciendo uso de la artillería y de estratégicas minas. El 10 de febrero de 1570 entró en la villa, matando a sus habitantes, hombres, mujeres y niños, y luego la asoló, sembrándola de sal. Marchó después sobre la fortaleza de Serón, en donde recibió un balazo en la cabeza, y fue herido don Luis de Quijada, quien falleció una semana más tarde, el 25 de febrero, en Caniles. Pronto tomó Terque y dominó todo el valle medio del río Almería.
En mayo de 1570, don Juan de Austria negoció la paz con El Habaquí. En el verano y el otoño de 1570 se efectuaron las últimas campañas para doblegar a los rebeldes. En febrero del año 1571, Felipe II firmó el decreto de expulsión de todos los moriscos del reino de Granada. Las cartas de don Juan describen estos exilios forzosos de familias enteras, mujeres y niños, como la mayor «miseria humana» que pueda retratarse.

Lepanto
La Liga Santa fue un proyecto que, desde 1568, había alentado el papa San Pío V y respecto al cual Felipe II era reacio. En el año 1570, sin embargo, resuelta prácticamente la cuestión de los moriscos, Felipe II aceptó unirse a Venecia y el Papado contra los turcos. A la monarquía española le interesaban objetivos cercanos como Túnez, pero los otros coaligados se inclinaban por la defensa de Chipre, atacada por Selim II en el verano de 1570. Aunque no pudo determinar el objetivo de la flota, Felipe II sí impuso el mando de don Juan de Austria.
La Liga se firmó el 20 de mayo de 1571. La noticia llegó en junio a Madrid, y el rey se demoró veinte días para redactar las instrucciones concretas que debía llevar su hermano. De nuevo, pondría a su lado personas de confianza a las que continuamente debía consultar; entre ellos, Luis de Requesens y su compañero de Alcalá de Henares Alejandro Farnesio. La flota española se reunió en Barcelona, donde don Juan de Austria tuvo que esperar hasta el 20 de julio para que llegaran sus sobrinos, los archiduques Rodolfo y Ernesto, a los que trasladó hasta Génova. La flota llegó a Nápoles el 8 de agosto para avituallarse. Pío V mandó a don Juan el estandarte de la Liga, quien lo recibió solemnemente en un acto celebrado en la iglesia de Santa Chiara. A finales de agosto, la flota llegó a Mesina, donde se concentró la armada de la Liga. Allí don Juan pasó revista y recibió el jubileo, con el resto de los miembros de la Armada.
Don Juan de Austria convocó consejo de guerra en su nave capitana para decidir el curso de la acción. Nicosia había caído a principios de mes. Una derrota de la Liga significaría dejar absolutamente desprotegidas las costas mediterráneas de España e Italia frente a los turcos. Don Juan defendió la idea de una guerra agresiva: buscar a la flota turca allá donde estuviera y destruirla; este era el plan apoyado por marinos expertos, como Álvaro de Bazán. Don Juan consiguió imponerse frente a las posturas más moderadas, y el 15 de septiembre la flota salió de Mesina en dirección al Mediterráneo oriental.
La batalla se libró el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, donde los turcos se habían refugiado. Las galeras bajo el mando directo de don Juan se situaban en la parte central de la formación.
La actuación de don Juan de Austria fue decisiva para la victoria de la Liga, por su resuelta búsqueda de la victoria y su valentía personal en este tipo de batallas, mezcla de naval y terrestre, pues una vez abordadas las naves se luchaba cuerpo a cuerpo; así lo señalan historiadores como Braudel o M. Fernández Álvarez, y testimonian contemporáneos como Miguel de Cervantes.
Para los turcos, Lepanto significó la pérdida de su armada, siendo la peor derrota sufrida por el sultán desde la batalla de Angora (1402), y una amenaza inmediata de invasión de sus territorios. Para la monarquía española y las repúblicas italianas, alejó el peligro que representaba el turco en el Mediterráneo Occidental. Además, se produjo una ganancia inmediata en forma de botín, obteniéndose un impresionante número de galeras. Con ellas, la flota española se hizo la más poderosa del Mediterráneo, si bien no pudo explotar esa ventaja debido a la escasez de remeros. En efecto, don Juan de Austria liberó a los cristianos que remaban en las galeras turcas (se calcula que eran unos 15.000) y, además, a los galeotes de las galeras españolas que actuaron lealmente en el combate.

Túnez e Italia
La victoria de Lepanto transformó a don Juan de Austria en un héroe en el contexto europeo. Al tiempo, reforzó su ambición: deseaba un reino propio, así como el tratamiento de alteza que sistemáticamente le era negado.
En 1572, una delegación de albaneses ofreció a don Juan el trono. Lo consultó con su hermano el rey, quien le indicó que declinase la oferta, pero que no dejase las relaciones con los albaneses. Con autorización del rey, Don Juan dedicó los meses de julio a octubre a buscar a Uluj Alí, superviviente de Lepanto, sin éxito, pues éste, consciente de la superioridad naval de la armada española, supo evitarlo.
Al año siguiente, la República de Venecia firmó la paz por separado con los turcos. La Liga santa quedaba formalmente rota, y don Juan reemplazó en su nave la bandera de la Liga por la de Castilla. Ahora, la armada española podía seguir sus propios objetivos, y don Juan no desperdició la ocasión: pidió autorización para emprender la conquista de Túnez. Desde La Goleta, fuerte ocupado por un aliado de los españoles, tomó Túnez en una rápida campaña en el mes de octubre de 1573.
Nuevamente se ofrecía la posibilidad de un reino propio, esta vez conquistado por él mismo. Sus ambiciones no eran desconocidas, pues el propio papa Gregorio XI se dirigió al rey Felipe II a principios de 1574, pidiendo que a don Juan se le invistiera del título de Rey de Túnez. La respuesta fue negativa, aunque el rey aseguró que los méritos de su hermano no dejarían de recompensarse.
Era evidente que Felipe II no llegaba a confiar plenamente en las intenciones de su hermano. Utilizó a su secretario, Antonio Pérez, como medio para conocer y controlar las ambiciones de don Juan. Pérez le proporcionó fondos para la flota, y se atribuyó el haberle conseguido el puesto de vicario general en Italia. La permanencia de don Juan en Italia, sin embargo, favoreció que Uluch Alí recuperara Túnez. En estos momentos, la ambición de don Juan de Austria era ya otra: la invasión católica de Inglaterra, el matrimonio con María I Estuardo y conseguir de esa manera un reino propio; este plan parecía contar con el apoyo del papa y los católicos ingleses. Incluso, en un momento dado, fue sondeado por un enviado de la Reina sobre la posibilidad de un matrimonio con la propia Isabel de Inglaterra, de lo cual informó puntualmente al rey Felipe, que manifestó su desaprobación.
Don Juan deseaba ir a Madrid a tratar personalmente el asunto. Pero el rey le ordenó quedarse como vicario general en Italia, donde desarrolló durante todo este año una política de pacificación de las ciudades enfrentadas. Recorrió toda la península italiana, desde Sicilia hasta Lombardía. A finales de ese año, don Juan vio sustituido a su secretario personal, Juan de Soto, por Juan de Escobedo, secretario del Consejo de Hacienda desde 1566 y persona vinculada a Antonio Pérez, quien de este modo pretendía conocer más detalladamente los actos y pensamientos de don Juan. Además, el rey Felipe II conoció durante años el contenido de la correspondencia, supuestamente privada, entre Antonio Pérez y don Juan de Austria, pues la supervisaba e incluso corregía, animando las críticas hacia su persona, para de este modo conocer los pensamientos y planes de don Juan de Austria.

Los Países Bajos
Mientras tanto, los problemas en los Países Bajos se recrudecieron. A la política de dura represión llevada a cabo por el Duque de Alba le siguió la del moderado don Luis de Requesens. Pero Requesens falleció el 5 de mayo de 1576, circunstancia inmediatamente aprovechada por Guillermo de Orange para avivar la rebelión. El Consejo de Estado que interinamente regía el territorio, instó al rey que nombrase con urgencia un nuevo gobernador y que fuese de la familia real.
La elección era evidente: el rey ordenó a don Juan de Austria que se dirigiera inmediatamente a los Países Bajos como gobernador. Don Juan de Austria desobedeció el mandato real y en lugar de eso acudió a Madrid, para conocer las posibilidades del plan inglés, los apoyos que su hermano le iba a ofrecer y en qué condiciones acudiría a Bruselas. Felipe II rechazó de nuevo su petición de concederle el título de infante de Castilla y con ello el ambicionado tratamiento de Alteza Real, pero, a cambio, aceptó su sugerencia de un mando único en sus manos. Sobre una eventual invasión de Inglaterra, Felipe II no se manifestó concluyentemente.
Don Juan de Austria aprovechó la estancia en España para ver a Magdalena de Ulloa. Fue ella quien lo disfrazó para la siguiente etapa de su viaje: iría a los Países Bajos, pero no desde Italia, sino a través de Francia. Para ello, se vistió como criado morisco de un noble italiano, Octavio de Gonzaga. Atravesó Francia y llegó a Luxemburgo, única provincia leal. Allí se encontró con su madre, Bárbara Blomberg. Después de esa conversación, Bárbara Blomberg, que siempre se había negado a vivir en España, aceptó marchar a la Península, donde se le asignó casa y pensión y acabó falleciendo en Colindres.
Los tercios viejos de Flandes, que llevaban meses sin recibir sus pagas, entraron a saco en la ciudad de Amberes, en una jornada terrible que creó la peor de las situaciones posibles a la llegada de don Juan de Austria a los Países Bajos. Llevaba instrucciones, sobre todo, de seguir la política de Requesens y mostrarse conciliador. A fin de ser reconocido como gobernador y de que los rebeldes respetaran la fe católica, aceptó licenciar sus tropas, marchando los tercios viejos a España o a Lombardía, así como respetar las libertades flamencas. Firmó el Edicto Perpetuo el 17 de febrero de 1577. Para mayo parecía que la situación se había pacificado y don Juan de Austria pudo entrar triunfalmente en Bruselas.
Ante esta situación de paz, don Juan de Austria deseó volver a Madrid para tratar el tema de Inglaterra. Envió en junio de 1577 a su secretario, Escobedo, en quien confiaba, para que, a través de Antonio Pérez, lograse su regreso a España o bien obtuviera medios para invadir Inglaterra. El rey rechazó el regreso a España de don Juan de Austria. En ese momento, las circunstancias empeoraron en Flandes. En julio de 1577, don Juan de Austria rompió el pacto y reemplazó las tropas de Namur por alemanes. En agosto ordenó el regreso de los tercios que se encontraban en Milán, pues gracias a la flota de Indias, que llegó a Sevilla en agosto de 1577, el rey disponía de fondos para pagarlos.
En septiembre, Guillermo de Orange planteó su ultimátum: debía entregar todas las ciudades, licenciar las tropas y retirarse a Luxemburgo. Lejos de acceder a lo solicitado, don Juan esperó la llegada de los tercios, al mando de su viejo amigo y sobrino Alejandro Farnesio.

Sus últimos años
La llegada de los tercios permitió que don Juan emprendiera una ofensiva militar. El 31 de enero de 1578, los tercios viejos derrotaron a los Estados Generales en la batalla de Gembloux, consiguiendo así que gran parte de los Países Bajos del Sur volvieran a la obediencia al rey; se reconquistó todo el Luxemburgo y Brabante. Esta victoria fue insuficiente. Pronto estuvo angustiosamente necesitado de dinero. Dos ejércitos invadieron el Flandes español: uno francés, al mando del duque de Anjou, desde el Sur tomó Mons; otro, al mando de Juan Casimiro y financiado por la reina Isabel de Inglaterra, desde el Este. Don Juan instó a su secretario, Escobedo, que estaba en España, para que lograra que le enviasen dinero. En los Consejos de Estado y de Guerra, el Duque de Alba advertía de la arriesgada situación, sin hombres y sin dinero. En esta situación se produjo el asesinato de Escobedo el 31 de marzo de 1578. La historiografía actual sostiene que fue planeado por Antonio Pérez con la aprobación del rey, que lo consideró necesario para la monarquía. Los argumentos concretos del secretario para convencer al rey no se conocen, pero los historiadores apuntan a que sin duda debieron girar en torno a las ambiciones de don Juan de Austria y la posibilidad de que decidiera por su cuenta la invasión de Inglaterra, o se aliase con los rebeldes holandeses o que, incluso, regresara a España al mando de las tropas para destituir a Felipe II. No hay en la documentación que se conserva de la época dato o indicio solvente de alguna de estas posibilidades, sino que, en 1578, la principal preocupación de don Juan de Austria era la constante necesidad de tropas y dinero para hacer la guerra en Flandes. Al conocer la muerte de su secretario, don Juan escribió al rey, y en esa carta se evidencia que don Juan comprendió lo que había ocurrido, y que no cabía esperar refuerzos de España.
Los escritos de don Juan de aquella época revelan el estado de depresión en que cayó ese verano, al tiempo que progresaba su enfermedad (tifus o fiebre tifoidea). Algunos días debía incluso guardar cama. Su estado de salud se agravó a finales de septiembre, estando en su campamento en torno a la sitiada Namur. El día 28 nombró sucesor en el gobierno de los Países Bajos a su sobrino Alejandro Farnesio. Escribió a su hermano pidiéndole que respetase este nombramiento y que le permitiera ser enterrado junto a su padre.
Falleció el 1 de octubre de 1578. Le sucedió como gobernador Alejandro Farnesio (duque de Parma). Los restos de don Juan de Austria fueron llevados a España y reposan en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Su tumba está cubierta por una estatua yacente de singular belleza que representa al finado ataviado con armadura, y como curiosidad hay que apuntar que por no morir en combate, está representado con los guanteletes quitados. La obra fue modelada por el zaragozano Ponzano y esculpida en mármol de Carrara por un buen escultor italiano en los últimos años del pasado siglo.

General Juan de Austria (Victoria en lepanto)



Don Juan de Austria (Ratisbona, Sacro Imperio Romano Germánico, 24 de febrero de 1545 o 1547 – Bouge, cerca de Namur, actual Bélgica, entonces parte de los Países Bajos españoles, 1 de octubre de 1578), hijo natural del Rey Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, y de Bárbara Blomberg, fue miembro de la Familia Real Española, militar y diplomático durante el reinado de su hermano por vía paterna, Felipe II de España.

Un decreto fechado el 1 de enero de 1567 obligaba a los moriscos que vivían en el Reino de Granada, en particular en la zona de las Alpujarras, a abandonar totalmente sus costumbres, lengua, vestido y prácticas religiosas. La aplicación de la norma provocó que, ya en abril de 1568, se planease una rebelión abierta. A finales de ese año, casi doscientos pueblos empezaron la revuelta.
El rey destituyó al marqués de Mondéjar y nombró a don Juan de Austria Capitán General, esto es, comandante supremo de las fuerzas reales. Puso a su lado consejeros de confianza con los que debía deliberar, entre ellos Requesens. El 13 de abril de 1569 llegó don Juan a Granada.
La política de deportación agravó la situación. Para lograr mayor efectividad, don Juan solicitó a su hermano autorización para pasar a la ofensiva. El rey se la concedió y don Juan salió de Granada al frente de un ejército. A finales del año 1569 había logrado pacificar Güéjar y puso sitio a Galera. La situación se estancó: era una fortaleza difícil de tomar. Don Juan de Austria ordenó el asalto general, haciendo uso de la artillería y de estratégicas minas. El 10 de febrero de 1570 entró en la villa, matando a sus habitantes, hombres, mujeres y niños, y luego la asoló, sembrándola de sal. Marchó después sobre la fortaleza de Serón, en donde recibió un balazo en la cabeza, y fue herido don Luis de Quijada, quien falleció una semana más tarde, el 25 de febrero, en Caniles. Pronto tomó Terque y dominó todo el valle medio del río Almería.
En mayo de 1570, don Juan de Austria negoció la paz con El Habaquí. En el verano y el otoño de 1570 se efectuaron las últimas campañas para doblegar a los rebeldes. En febrero del año 1571, Felipe II firmó el decreto de expulsión de todos los moriscos del reino de Granada. Las cartas de don Juan describen estos exilios forzosos de familias enteras, mujeres y niños, como la mayor «miseria humana» que pueda retratarse.

Lepanto
La Liga Santa fue un proyecto que, desde 1568, había alentado el papa San Pío V y respecto al cual Felipe II era reacio. En el año 1570, sin embargo, resuelta prácticamente la cuestión de los moriscos, Felipe II aceptó unirse a Venecia y el Papado contra los turcos. A la monarquía española le interesaban objetivos cercanos como Túnez, pero los otros coaligados se inclinaban por la defensa de Chipre, atacada por Selim II en el verano de 1570. Aunque no pudo determinar el objetivo de la flota, Felipe II sí impuso el mando de don Juan de Austria.
La Liga se firmó el 20 de mayo de 1571. La noticia llegó en junio a Madrid, y el rey se demoró veinte días para redactar las instrucciones concretas que debía llevar su hermano. De nuevo, pondría a su lado personas de confianza a las que continuamente debía consultar; entre ellos, Luis de Requesens y su compañero de Alcalá de Henares Alejandro Farnesio. La flota española se reunió en Barcelona, donde don Juan de Austria tuvo que esperar hasta el 20 de julio para que llegaran sus sobrinos, los archiduques Rodolfo y Ernesto, a los que trasladó hasta Génova. La flota llegó a Nápoles el 8 de agosto para avituallarse. Pío V mandó a don Juan el estandarte de la Liga, quien lo recibió solemnemente en un acto celebrado en la iglesia de Santa Chiara. A finales de agosto, la flota llegó a Mesina, donde se concentró la armada de la Liga. Allí don Juan pasó revista y recibió el jubileo, con el resto de los miembros de la Armada.
Don Juan de Austria convocó consejo de guerra en su nave capitana para decidir el curso de la acción. Nicosia había caído a principios de mes. Una derrota de la Liga significaría dejar absolutamente desprotegidas las costas mediterráneas de España e Italia frente a los turcos. Don Juan defendió la idea de una guerra agresiva: buscar a la flota turca allá donde estuviera y destruirla; este era el plan apoyado por marinos expertos, como Álvaro de Bazán. Don Juan consiguió imponerse frente a las posturas más moderadas, y el 15 de septiembre la flota salió de Mesina en dirección al Mediterráneo oriental.
La batalla se libró el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, donde los turcos se habían refugiado. Las galeras bajo el mando directo de don Juan se situaban en la parte central de la formación.
La actuación de don Juan de Austria fue decisiva para la victoria de la Liga, por su resuelta búsqueda de la victoria y su valentía personal en este tipo de batallas, mezcla de naval y terrestre, pues una vez abordadas las naves se luchaba cuerpo a cuerpo; así lo señalan historiadores como Braudel o M. Fernández Álvarez, y testimonian contemporáneos como Miguel de Cervantes.
Para los turcos, Lepanto significó la pérdida de su armada, siendo la peor derrota sufrida por el sultán desde la batalla de Angora (1402), y una amenaza inmediata de invasión de sus territorios. Para la monarquía española y las repúblicas italianas, alejó el peligro que representaba el turco en el Mediterráneo Occidental. Además, se produjo una ganancia inmediata en forma de botín, obteniéndose un impresionante número de galeras. Con ellas, la flota española se hizo la más poderosa del Mediterráneo, si bien no pudo explotar esa ventaja debido a la escasez de remeros. En efecto, don Juan de Austria liberó a los cristianos que remaban en las galeras turcas (se calcula que eran unos 15.000) y, además, a los galeotes de las galeras españolas que actuaron lealmente en el combate.

Túnez e Italia
La victoria de Lepanto transformó a don Juan de Austria en un héroe en el contexto europeo. Al tiempo, reforzó su ambición: deseaba un reino propio, así como el tratamiento de alteza que sistemáticamente le era negado.
En 1572, una delegación de albaneses ofreció a don Juan el trono. Lo consultó con su hermano el rey, quien le indicó que declinase la oferta, pero que no dejase las relaciones con los albaneses. Con autorización del rey, Don Juan dedicó los meses de julio a octubre a buscar a Uluj Alí, superviviente de Lepanto, sin éxito, pues éste, consciente de la superioridad naval de la armada española, supo evitarlo.
Al año siguiente, la República de Venecia firmó la paz por separado con los turcos. La Liga santa quedaba formalmente rota, y don Juan reemplazó en su nave la bandera de la Liga por la de Castilla. Ahora, la armada española podía seguir sus propios objetivos, y don Juan no desperdició la ocasión: pidió autorización para emprender la conquista de Túnez. Desde La Goleta, fuerte ocupado por un aliado de los españoles, tomó Túnez en una rápida campaña en el mes de octubre de 1573.
Nuevamente se ofrecía la posibilidad de un reino propio, esta vez conquistado por él mismo. Sus ambiciones no eran desconocidas, pues el propio papa Gregorio XI se dirigió al rey Felipe II a principios de 1574, pidiendo que a don Juan se le invistiera del título de Rey de Túnez. La respuesta fue negativa, aunque el rey aseguró que los méritos de su hermano no dejarían de recompensarse.
Era evidente que Felipe II no llegaba a confiar plenamente en las intenciones de su hermano. Utilizó a su secretario, Antonio Pérez, como medio para conocer y controlar las ambiciones de don Juan. Pérez le proporcionó fondos para la flota, y se atribuyó el haberle conseguido el puesto de vicario general en Italia. La permanencia de don Juan en Italia, sin embargo, favoreció que Uluch Alí recuperara Túnez. En estos momentos, la ambición de don Juan de Austria era ya otra: la invasión católica de Inglaterra, el matrimonio con María I Estuardo y conseguir de esa manera un reino propio; este plan parecía contar con el apoyo del papa y los católicos ingleses. Incluso, en un momento dado, fue sondeado por un enviado de la Reina sobre la posibilidad de un matrimonio con la propia Isabel de Inglaterra, de lo cual informó puntualmente al rey Felipe, que manifestó su desaprobación.
Don Juan deseaba ir a Madrid a tratar personalmente el asunto. Pero el rey le ordenó quedarse como vicario general en Italia, donde desarrolló durante todo este año una política de pacificación de las ciudades enfrentadas. Recorrió toda la península italiana, desde Sicilia hasta Lombardía. A finales de ese año, don Juan vio sustituido a su secretario personal, Juan de Soto, por Juan de Escobedo, secretario del Consejo de Hacienda desde 1566 y persona vinculada a Antonio Pérez, quien de este modo pretendía conocer más detalladamente los actos y pensamientos de don Juan. Además, el rey Felipe II conoció durante años el contenido de la correspondencia, supuestamente privada, entre Antonio Pérez y don Juan de Austria, pues la supervisaba e incluso corregía, animando las críticas hacia su persona, para de este modo conocer los pensamientos y planes de don Juan de Austria.

Los Países Bajos
Mientras tanto, los problemas en los Países Bajos se recrudecieron. A la política de dura represión llevada a cabo por el Duque de Alba le siguió la del moderado don Luis de Requesens. Pero Requesens falleció el 5 de mayo de 1576, circunstancia inmediatamente aprovechada por Guillermo de Orange para avivar la rebelión. El Consejo de Estado que interinamente regía el territorio, instó al rey que nombrase con urgencia un nuevo gobernador y que fuese de la familia real.
La elección era evidente: el rey ordenó a don Juan de Austria que se dirigiera inmediatamente a los Países Bajos como gobernador. Don Juan de Austria desobedeció el mandato real y en lugar de eso acudió a Madrid, para conocer las posibilidades del plan inglés, los apoyos que su hermano le iba a ofrecer y en qué condiciones acudiría a Bruselas. Felipe II rechazó de nuevo su petición de concederle el título de infante de Castilla y con ello el ambicionado tratamiento de Alteza Real, pero, a cambio, aceptó su sugerencia de un mando único en sus manos. Sobre una eventual invasión de Inglaterra, Felipe II no se manifestó concluyentemente.
Don Juan de Austria aprovechó la estancia en España para ver a Magdalena de Ulloa. Fue ella quien lo disfrazó para la siguiente etapa de su viaje: iría a los Países Bajos, pero no desde Italia, sino a través de Francia. Para ello, se vistió como criado morisco de un noble italiano, Octavio de Gonzaga. Atravesó Francia y llegó a Luxemburgo, única provincia leal. Allí se encontró con su madre, Bárbara Blomberg. Después de esa conversación, Bárbara Blomberg, que siempre se había negado a vivir en España, aceptó marchar a la Península, donde se le asignó casa y pensión y acabó falleciendo en Colindres.
Los tercios viejos de Flandes, que llevaban meses sin recibir sus pagas, entraron a saco en la ciudad de Amberes, en una jornada terrible que creó la peor de las situaciones posibles a la llegada de don Juan de Austria a los Países Bajos. Llevaba instrucciones, sobre todo, de seguir la política de Requesens y mostrarse conciliador. A fin de ser reconocido como gobernador y de que los rebeldes respetaran la fe católica, aceptó licenciar sus tropas, marchando los tercios viejos a España o a Lombardía, así como respetar las libertades flamencas. Firmó el Edicto Perpetuo el 17 de febrero de 1577. Para mayo parecía que la situación se había pacificado y don Juan de Austria pudo entrar triunfalmente en Bruselas.
Ante esta situación de paz, don Juan de Austria deseó volver a Madrid para tratar el tema de Inglaterra. Envió en junio de 1577 a su secretario, Escobedo, en quien confiaba, para que, a través de Antonio Pérez, lograse su regreso a España o bien obtuviera medios para invadir Inglaterra. El rey rechazó el regreso a España de don Juan de Austria. En ese momento, las circunstancias empeoraron en Flandes. En julio de 1577, don Juan de Austria rompió el pacto y reemplazó las tropas de Namur por alemanes. En agosto ordenó el regreso de los tercios que se encontraban en Milán, pues gracias a la flota de Indias, que llegó a Sevilla en agosto de 1577, el rey disponía de fondos para pagarlos.
En septiembre, Guillermo de Orange planteó su ultimátum: debía entregar todas las ciudades, licenciar las tropas y retirarse a Luxemburgo. Lejos de acceder a lo solicitado, don Juan esperó la llegada de los tercios, al mando de su viejo amigo y sobrino Alejandro Farnesio.

Sus últimos años
La llegada de los tercios permitió que don Juan emprendiera una ofensiva militar. El 31 de enero de 1578, los tercios viejos derrotaron a los Estados Generales en la batalla de Gembloux, consiguiendo así que gran parte de los Países Bajos del Sur volvieran a la obediencia al rey; se reconquistó todo el Luxemburgo y Brabante. Esta victoria fue insuficiente. Pronto estuvo angustiosamente necesitado de dinero. Dos ejércitos invadieron el Flandes español: uno francés, al mando del duque de Anjou, desde el Sur tomó Mons; otro, al mando de Juan Casimiro y financiado por la reina Isabel de Inglaterra, desde el Este. Don Juan instó a su secretario, Escobedo, que estaba en España, para que lograra que le enviasen dinero. En los Consejos de Estado y de Guerra, el Duque de Alba advertía de la arriesgada situación, sin hombres y sin dinero. En esta situación se produjo el asesinato de Escobedo el 31 de marzo de 1578. La historiografía actual sostiene que fue planeado por Antonio Pérez con la aprobación del rey, que lo consideró necesario para la monarquía. Los argumentos concretos del secretario para convencer al rey no se conocen, pero los historiadores apuntan a que sin duda debieron girar en torno a las ambiciones de don Juan de Austria y la posibilidad de que decidiera por su cuenta la invasión de Inglaterra, o se aliase con los rebeldes holandeses o que, incluso, regresara a España al mando de las tropas para destituir a Felipe II. No hay en la documentación que se conserva de la época dato o indicio solvente de alguna de estas posibilidades, sino que, en 1578, la principal preocupación de don Juan de Austria era la constante necesidad de tropas y dinero para hacer la guerra en Flandes. Al conocer la muerte de su secretario, don Juan escribió al rey, y en esa carta se evidencia que don Juan comprendió lo que había ocurrido, y que no cabía esperar refuerzos de España.
Los escritos de don Juan de aquella época revelan el estado de depresión en que cayó ese verano, al tiempo que progresaba su enfermedad (tifus o fiebre tifoidea). Algunos días debía incluso guardar cama. Su estado de salud se agravó a finales de septiembre, estando en su campamento en torno a la sitiada Namur. El día 28 nombró sucesor en el gobierno de los Países Bajos a su sobrino Alejandro Farnesio. Escribió a su hermano pidiéndole que respetase este nombramiento y que le permitiera ser enterrado junto a su padre.
Falleció el 1 de octubre de 1578. Le sucedió como gobernador Alejandro Farnesio (duque de Parma). Los restos de don Juan de Austria fueron llevados a España y reposan en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Su tumba está cubierta por una estatua yacente de singular belleza que representa al finado ataviado con armadura, y como curiosidad hay que apuntar que por no morir en combate, está representado con los guanteletes quitados. La obra fue modelada por el zaragozano Ponzano y esculpida en mármol de Carrara por un buen escultor italiano en los últimos años del pasado siglo.