Toribio Alonso de Salazar (Descubridor islas Marshall)

(Las Encartaciones, Vizcaya, siglo XV – algún lugar en el Pacífico, 5 de septiembre de 1526) fue un navegante español que participó en la expedición de García Jofre de Loaísa, conocido porque durante poco menos de un mes comandó dicha expedición, muriendo al mando de escorbuto. Estando él al mando se descubrieron, para los occidentales, las islas Marshall.

 Salazar se sintió atraído desde la juventud por el mar y los viajes de exploración. Se enroló en la cúspide de su carrera en la expedición de García Jofre de Loaisa, en la que fue nombrado tesorero en la nao San Lesmes, de 96 toneladas y al mando de Francisco de Hoces. La expedición zarpó del puerto de La Coruña antes del amanecer del 24 de julio de 1525, con una flota de seis barcos.
La expedición fue una sucesión de desastres, calamidades y deserciones. Durante el viaje murieron, entre otros, el capitán Loaísa y Elcano. Tres de las naves no llegaron a cruzar el estrecho de Magallanes y sólo una, la nave capítana, la Santa María de la Victoria logró alcanzar las Molucas, donde la tripulación tuvo que enfrentarse con los portugueses durante casi un año. Tras sufrir vicisitudes innúmeras a lo largo de un durísimo y amargo viaje, sólo 24 hombres de ésta nao lograron regresar a España: en la expedición habían partido más de 450 hombres.
Al abordar el estrecho de Magallanes la San Lesmes, se vio obligada a correr el temporal y viajar hasta los 55º de latitud Sur, convirtiéndose en los primeros en descubrir el paso del cabo de Hornos, en el terrible extremo austral del continente. Se anticiparon así 55 años al pirata Francis Drake, y es por ello que en España y en parte de Hispanoamérica se llama mar de Hoces al Pasaje de Drake de los anglosajones. La flota logró atravesar el estrecho el 26 de mayo de 1526, tras 48 días de travesía por el mismo.
En la travesía del Pacífico las naves fueron separadas y de la San Lesmes ya nunca más se supo, aunque Salazar ya no viajaba en ella sino en la nave capitana. Tras el fallecimiento de Eloísa el 30 de junio, se hizo cargo del mando Juan Sebastián Elcano, que falleció 5 días después. Salazar asumió la capitanía general de la expedición el 6 de agosto de 1526, siendo su primer acto en la jefatura enterrar con honores al fallecido Elcano. Salazar tomó el mando de la nave Santa María de la Victoria, única embarcación sobreviviente y capitaneó la expedición, ya desastrosa. Su corta jefatura se debió al escorbuto, que causó estragos en la expedición y les costó la vida a la mayoría de los tripulantes y la pérdida de las naves.
En su corta jefatura, sin embargo se encuentra un gran logro, ya que Salazar fue el primer europeo en descubrir , para los occidentales, el 21 de agosto de 1526 las islas Marshall, aunque no se tiene constancia de que atracaran. También se cree que avistó el Atolón Bokak.
Tras dejar la isla de Guam, la salud de Salazar se deterioró aceleradamente y falleció el 5 de septiembre de 1526, víctima también del escorbuto que acabó con la mayoría de la tripulación. Al fallecer se formó un conflicto para sucederle que acabó al hacerse cargo del mando Martín Íñiguez de Carquizano.

Recomendamos leer la biografía de García Jofre para conocer mejor la historia de esta fantástica y épica expedición.

García Jofre de Loaísa (Descubre Annabon y cabo de hornos)

Fray Francisco José García Jofre de Loaísa o García Jofré de Loayza (*Ciudad Real, 1490 -1526) fue un marino español, descubridor del Cabo de Hornos y jefe de una tan famosa cuanto trágica expedición con objeto de tomar y colonizar las islas Molucas, ricas en especiería, cuya propiedad se disputaban las coronas de Castilla y Portugal. Murió en la expedición pero el viaje fue redactado e inmortalizado por A. de Urdaneta (un marinero que con el tiempo se convertiría en otro gran explorador).

En este articulo descubriremos al lector esta epica historia que comienza tras la primera circunnavegación del mundo. Carlos I de España decidió enviar una expedición para tomar posesión de las islas Molucas en nombre de la corona. Para ello encarga a una expedición de García Jofre de Loaísa. Fue una expedición marítima (1525 - 1536) con objeto de tomar y colonizar las islas Molucas, ricas en especiería, cuya propiedad era disputada por las coronas de Castilla y Portugal. A Laosía le acompañaba  Juan Sebastián Elcano como segundo jefe de la expedición compuesta por siete naves: la Santa María de la Victoria, la Sacti Spiritus, la Anunciada, la San Gabriel, la Santa María del Parral, la San Lesmes y el patache Santiago.

La expedición zarpó del puerto de La Coruña antes del amanecer del 24 de julio de 1525, pasó el 31 de julio ante Madeira y el 1 de agosto arribó a la isla de Gomera, donde hicieron una escala de doce días, en lo que se aprovechó para reabastecer a las naves, entre cosas de agua, leña, carne fresca y repuestos de velamen. Antes de zarpar, a instancias de Juan Sebastián de Elcano, Urdaneta se reúne con los capitanes y pilotos, haciéndoles ver las dificultades de las aguas cercanas al estrecho de Magallanes y el doblar el cabo de Hornos, por lo que se queda indicado, que él con su nave viajara en cabeza y que procuren todos seguir sus aguas, para no sufrir pérdidas innecesarias.

Zarparon de de la Gomera el 14 de agosto rumbo al sur. A los cuatro días, a muy poca distancia del cabo Blanco, se le partió el palo mayor a la capitana; para reforzar a los carpinteros de a bordo, Elcano envía a dos de sus mejores carpinteros, que con una chalupa intentaton llegar a la nao averiada, logrando hacerlo, pero no sin un padecimiento exhaustivo, pues la mar de pronto se había arbolado, acompañada de un fuerte aguacero.

Después entraron en la zona de calmas, los velámenes se quedan sin empuje y esto provocó, que tardaran en recorrer ciento cincuenta leguas, nada más que un mes y medio. El 15 de octubre descubrieron una isla deshabitada, a la cual se le puso el nombre de San Mateo. Se ha sabido después, por las coordenadas de Urdaneta, que era la actual isla de Annobón, en el golfo de Guinea.

Desde este punto la flotilla zarpó aprovechando los Alisios con destino al Brasil, cuyas costas avistaron el 19 de noviembre. Como era territorio de Portugal, viraron con rumbo al Sur. En el trayecto pasaron frente a la isla de Cabo Frío (5 de diciembre) y el cabo de Santa María (19 de diciembre). El 26 de diciembre pusieron rumbo oeste, alejándose dos leguas de la costa, y el 28 sufrieron un temporal, del cual salieron algunas naos dañadas, lo que hizo que la capitana se perdiera de vista del resto de la expedición. Elcano, como segundo jefe de ella, propuso el que se la buscara a sotavento, pero la idea no fue aceptada por el piloto mayor de la San Gabriel. Debido a ello esta nao continuó su rumbo sola, quedando las demás en búsqueda de la capitana, pero pasaron los días y no se encontró a la una, y se perdió el rastro de la otra, por lo que las cinco restantes decidieron poner rumbo al Sur, en dirección al río de la Santa Cruz, como había estipulado Loaísa. Dejaron atrás, pues, el Río de la Plata y alcanzaron Santa Cruz, a 50º de latitud sur, el 12 de enero.
Aprovechando la ensenada, Elcano decidió esperar un tiempo en Santa Cruz, a ver si se lograba reunir todas las naves, supuesto que se había tratado en el consejo de capitanes en la isla de Gomera; pero de nuevo la propuesta fue rechazada, en esta ocasión por la totalidad de los capitanes. No obstante se acordó dejar en una isleta una gran cruz y debajo de ella una olla con las indicaciones para encontrar la expedición en caso de que las dos naos perdidas dieran con el lugar, diciendo que las esperaban haciendo agua y leña en el Puerto de las Sardinas (estrecho de Magallanes).

A pesar de haber ya pasado por el estrecho de Magallanes, Elcano se equivocó en el lugar de acceso a él, pues el domingo 14 de enero de 1526 mandó dar la vela en el estuario del Río de San Ildefonso, error que cometieron muchos después de él. Pero al poco de entrar, empezaron a oírse crujidos de los cascos, por lo que se dio la orden de parar en el avance y de que una chalupa reconociera el lugar, por lo que la abordaron su hermano Martín, el clérigo Areizaga, y Roldán y Bustamante, que eran dos de los supervivientes del viaje de la primera vuelta al mundo. Lo curioso es que los dos que ya habían pasado daban por bueno el lugar y querían regresar, pero tanto Martín como Areizaga no lo tenían tan claro, por lo que se decidió el avanzar, lo cual les llevó a darse cuenta de que el lugar era el equivocado. Por eso viene a colación el comentario de Urdaneta: «A la verdad fue muy gran ceguera de los que primero habían estado en el Estrecho, en además de Juan Sebastián de Elcano, que se le entendía cualquier cosa de la navegación». Mientras tanto, comenzó a subir la marea, lo que liberó a las naos e, inmediatamente, sin esperar a los de la chalupa, se alejaron unos cabos mar adentro, antes de que exploradores pudieran dar alcance a su nao. Ese mismo día, según cuenta el propio Urdaneta, dieron con la verdadera embocadura del Estrecho, fondeando al abrigo del cabo de las Once Mil Vírgenes.
Sobre las diez de la noche las aguas de la bahía comenzaron a moverse de alarmante manera; así soportaron toda la noche, pero al amanecer se habían desatado todas las fuerzas de la naturaleza: el viento encajonado, parecía rugir como un león herido, y el tamaño de las olas era tal, que pasaban a la altura de la mitad del palo mayor. Esta situación provocó que la nao Santi Spiritus, a pesar de haber lanzado cuatro anclas, comenzara a garrear, por lo que se intentó, realizando un esfuerzo casi sobrehumano el rescatar a su tripulación. Para ello Elcano ordenó a la nao que largara su vela de trinquete, y de esta forma la fuerza del viento la arrastró hasta encallar en la costa. Pero la violencia de la resaca impedía el acercarse a ella, pues por la mucha mar, unas veces se aguantaba sobre las rocas y otras, la mar la sobrepasaba. Algunos tripulantes, viendo la costa cercana, se lanzaron al mar, y de diez sólo se pudo salvar a uno, al que se le había lanzado un cabo, el cual a su vez sirvió para que el resto de la tripulación fuera salvada. Urdaneta refiere el caso así:
...salimos todos con la ayuda de Dios, con harto trabajo y peligro, bien mojados y en camisa, y el lugar a donde salimos es tan maldito, que no había en él otra cosa sino guijarros, y como hacía mucho frío, hubiéramos de perecer, sino que tomamos por partido de correr a una parte y a otra por calentarnos.
Después de la marea vino la calma, la cual aprovecharon para sacar de la nao siniestrada todo lo posible, pero a las pocas horas el mar volvió a moverse, y esta vez la Sancti Spiritus se deshizo contra las rocas y se hundió, mientras que el resto de naos pudieron aguantar mejor el temporal. Al volver la calma se enviaron unos botes para recoger a los tripulantes que se habían salvado y, asimismo, para que el propio Elcano, conocedor de la travesía, pudiera guiar al resto de naos en el cruce de aquél temido paraje. Como en la chalupa no cabían todos, Elcano dijo que le acompañaría el que él designase, y fue precisamente a Urdaneta, quien lo relata así: «Así yo solo me embarqué con el dicho capitán, y nos fuimos a la nao Anunciada».
El domingo 21 de enero convocó Elcano consejo de capitanes, decidiéndose que Andrés de Urdaneta, con media docena de hombres, fuera hasta donde se habían quedado los náufragos de la Sancti Spiritus. La misión encomendada no era fácil, pues lo angosto del terreno, el frío y los vientos constantes hacían de aquellas tierras de lo más inhóspito del planeta. Se les proporcionó comida y agua para varios días, desembarcaron y pisaron tierra, y a las pocas horas se les presentaron unos indios del lugar, los Selknam, que impresionaron a los españoles por su elevada estatura.3 Urdaneta los convenció de que sólo iban a recoger a unos compañeros y que en cuanto lo hicieran volverían a sus naves y se irían, para ello les dio comida, por lo que los indios les siguieron hasta que, al día siguiente, les dieron el resto de la comida, y cuando se quisieron dar cuenta éstos habían desparecido, quedando solos y sin comida. A tanto llegó el desespero en los días siguientes, que Urdaneta nos cuenta:
Era tanta la sed que teníamos, que los más de nosotros no nos podíamos menear, que nos ahogábamos de sed; y en esto me acordé yo que quizás me remediaría con mis propias orinas, y así lo hice; luego bebí siete u ocho sorbos de ellas, y orné en mi, como si hubiera comido y bebido...
Prosiguieron la búsqueda de sus compañeros y lograron encontrar un charco de agua dulce, a cuyo lado crecían unos matojos de apio con los que se saciaron. Siguiendo en su camino se encontraron con unos riachuelos, que tuvieron que cruzar con el agua helada hasta la rodilla, para después trepar por unos acantilados de piedras cortantes, Urdaneta refiere que «Nuestro Señor, aunque con mucho trabajo nos dio gracia para subir». Volvieron a sentir el azote del hambre, pero entonces vieron conejos y patos, y se dedicaron a cazarlos, lo que le produjo una buena cena. Pero al encender el fuego, por un descuido, una ráfaga de viento llevó una brasa hasta un frasco de pólvora, el cual estalló y quemó a Urdaneta, quién escribe: «Me quemé todo, que me hizo olvidar todos los trabajos y peligros pasados».
Al atardecer del día siguiente, consiguieron llegar al lugar donde se encontraban los náufragos, cuya alegría fue indescriptible, pues todos se daban ya por perdidos. Pero con su llegada afirmaba que pronto vendrían a recogerlos y que tuvieran todo lo que se había podido salvar de la nao, para que se pudiera embarcarse en breve tiempo.
Estando en el nuevo campamento, el 24 de enero se divisaron unas velas, que no eran otras que la de la capitana, la San Gabriel y el patache Santiago. Loaísa se encontró con la San Gabriel el 31 de diciembre, y había llegado el 18 de enero al puerto de Santa Cruz, hallando las instrucciones que, al pie de la cruz, le había dejado Elcano. El 23 de enero encontraron al patache Santiago en la desembocadura del Río Gallegos, y allí estaban. Urdaneta y los suyos comenzaron a dar gritos y encender hogueras, para llamar su atención. Loaísa, sorprendido de ello mandó al patache se acercara a tierra y así recibieron nuevos ánimos, embarcándose unos cuantos, para que el resto quedara de guardia protegiendo los materiales rescatados de naufragio.
Entretanto, Elcano, con las tres naos restantes, se preparaba para el paso del Estrecho, y mandó lanzar las anclas a unas cinco leguas de su verdadera entrada. Al desencadenarse de nuevo la bravura de las aguas las naos fueron nuevamente estragadas, comenzando por perder los bateles que estaban trincados a popa. La Anunciada comenzó a garrear y a las dotaciones les entró pavor, empezando a ampararse al cielo «pidiendo misericordia», ya que las naos y a pesar de las previsiones de estar alejadas, amenazaban con estrellarse contra los altos acantilados «donde ni de día ni de noche no podríamos escapar ninguno de nosotros». Entonces Elcano, logrando llegar a donde se encontraba Pedro de Vera, capitán de la nao, le explicó que si la gente comenzaba a trabajar de firme «como buenos marineros», se podía salvar a la nao; diciéndoles que tenía «tomada por la aguja la punta de una playa», contagió a la tripulación los ánimos para lograr ponerse a salvo en alta mar realizando unas arriesgadísimas maniobras. Dos días después, la nao Anunciada regresó a intentar de nuevo el paso del Estrecho, donde nada más entrar, se encontraron a las dos naos de Loaísa fondeadas, con Urdaneta y los náufragos de la Sancti Spiritus. Por ello se esparce el regocijo del encuentro, ya que las dos partes se daban por perdidas, a lo que Urdaneta dice: «Dios sabe cuánto placer hubimos en hallarnos allí». El 25 quedó por fin reunida la expedición al abrigo del cabo de las Once Mil Vírgenes.
Loaísa encargó a Elcano que con la Parral, la San Lesmes y el patache, se introdujera en el Estrecho y recogiera al resto de náufragos y los materiales acopiados, por lo que zarpa el día veintiséis de enero, regresando diez días después con todos ellos y librándose por poco, de otra tempestad tan frecuente en ese estrecho.
Cuando esto sucedió se encontraban embarcados en la Parral, tanto Elcano como Urdaneta, que junto al patache, buscan un buen refugio en un arroyo, donde las naos quedan a merced del fuerte viento del sudoeste, pero Elcano siempre atento, descubrió en la angostura un sitio mejor por ser un abrigo natural, logrando meter allí a su nao y el patache. Pero la San Lesmes, al mando de Francisco de Hoces, se vio obligada a correr el temporal y viajar hasta los 55º de latitud Sur, convirtiéndose en los primeros en descubrir el paso del cabo de Hornos, en el terrible extremo austral del continente. Se anticiparon así 55 años al pirata Francis Drake, y es por ello que en España y en parte de Hispanoamérica se llama mar de Hoces al pasaje de Drake de los anglosajones.
Cuatro días estuvo Elcano en el mismo lugar, esperando que el temporal amainara, cuando de pronto vio salir por el boquerón a la San Gabriel, por lo que dio la orden de efectuar una salva. Ello propició que el capitán de la nao, Rodrigo de Acuña, se acercará y le pusiera en conocimientos del grave desastre ocurrido: en el mismo temporal que acaban de correr las naos de su mando, la capitana de la expedición se había estrellado, y salvo el maestre y unos pocos marineros que habían abandonado la nao, por lo que creía, que no era posible que Loaísa se hubiera salvado. Valencia le confesó además que se encontraba derrotado ante tantos y tan repetidos desastres, y por ello resolvía el dar por terminada la expedición y regresar a España. Pero Elcano no pensaba lo mismo, por lo que ordenó el envío de auxilios a sus compañeros y el intentar rescatar la nao Victoria. Gracias a su oportuno auxilio se consiguió que la capitana no se hundiera, salvando al mismo tiempo a todos lo que habían permanecido a bordo.

Urdaneta anotaba en su diario, el día 10 de febrero, la deserción de la Anunciada, cuyo capitán, Pedro de Vera, expresó su propósito de navegar hacia las Molucas por el cabo de Buena Esperanza, es decir, con rumbo opuesto. La nao salió de la boca del Estrecho haciendo oídos sordos a las órdenes que se le daban. Dice Urdaneta: «no quiso venir adonde nosotros estábamos» y con cierta amargura continúa: «A la tarde desapareció y nunca más la vimos».


Última página del Diario de Viaje redactado por A. de Urdaneta.
Después de las tormentas padecidas y el encallamiento de la capitana, las naos no estaban para aguantar ningún temporal. Por ello, el 13 de febrero, Loaisa y Elcano convinieron en regresar al río de Santa Cruz para reparar los daños que les causara el temporal a las naves. Se ordenó a Rodrigo de Acuña, que con su nao fuera a buscar al patache para trasmitirle la orden, ya que de lo contrario se podría perder; pero Acuña se hizo el desoído, actitud que molestó a Loaísa, que le ordenó de nuevo ir. Acuña aun le contestó «que adonde él no se quisiese hallar que no le mandare ir», pero ante la amenaza de Loaísa, ya muy firme, accedió a ir y de paso recuperar a su chalupa, que estaba en poder del patache. Urdaneta, en su diario, escribe:
Domingo á once de Marzo llegó el patax al dicho río de Santa Cruz, donde nos dijeron los que venían en él, que D. Rodrigo de Acuña había llegado dó ellos estaban en las Once mil Vírgenes, y quel capitán del patax le envió su batel con catorce hombres, los más de ellos de la nao Santi Spiritus, con algunos del mismo patax y que, en tomando el batel, luego se hizo a la vela, é que no sabían más del.

Por lo que al igual que en días anteriores la Anunciada había desertado, ahora le ocurría lo mismo a la nao San Gabriel, que volvió a Castilla por la costa de Brasil, teniendo que hacer frente a tres galeones franceses. Tras la muerte de Acuña, su capitán, Martín de Valencia, prisionero de los franceses y después liberado, consiguió entrar con su nave en el puerto gallego de Bayona el 28 de mayo de 1527, sin apenas ya víveres.


Con la deserción de la Anunciada y la San Gabriel la expedición quedaba herida de muerte, pues a ello había que añadir que el resto de naves no estaban como se ha dicho en condiciones de navegar. En este fondeadero permanecieron por espacio de un mes reparando las naves y haciendo acopio de comida. Las condiciones de la pesca eran muy fáciles, ya que en la bajamar incluso se podía coger el pescado con la mano; allí también probaron por primera vez la carne de foca.
Al dar la banda a la capitana, y aprovechando que la bajamar la dejaba en seco, se pudieron comprobar los graves daños que tenía: el codaste estaba completamente roto, así como tres brazas de la quilla, lo que hacía muy complicado el ponerla en servicio otra vez. Sin embargo, el hecho era que, con la pérdida de la segunda nao de la expedición y la deserción de la Anunciada y la San Gabriel, la expedición no podía el dejar perder a sus único buque bien armado y de mayor porte. Así que los expedicionarios se dedicaron casi por completo a reparar la capitana. A base del acopio de los materiales de la perdida Santi Spiritu y de los que llevaban de repuesto en los demás buques, se consiguió volver a poner a flote la Santa María de la Victoria utilizado, en casi toda la tablazón, planchas de plomo y «cintas de fierro». Aparte de esto, se construyó un batel para la Santa María del Parral y la San Lesmes; por los daños que tenía ésta última se la estuvo a punto de dar por inútil, pero las grandes bajamares de aquellas costas, permitieron el poder terminar de arreglarla y ponerla en servicio también.
El 24 de marzo concluyeron las reparaciones y se volvieron a hacer a la mar. El día 5 de abril doblan el cabo de las Once Mil Vírgenes, y el día 8, con el patache en cabeza en misión de exploración, se adentran por el boquerón. Al llegar a la posición donde se había quedado anteriormente la nao capitana, Loaísa manda la chalupa para recoger algunos cepos de lombarda y toneles que allí habían quedado. Pero al llegar los hombres a tierra, los indios los atacaron con flechas, defendiendo aquellos enseres con su propia vida. Al siguiente día el grueso de la expedición, se encontró con el patache, que estaba a buen abrigo esperando su llegada, quedando todos reunidos.
Se reanudó entonces el difícil paso del estrecho de Magallanes, un laberinto de entradas y salidas de 305 millas marinas de longitud,4 lo que obligaba a tener en constante vigilancia a algún buque explorador. Pero la mala suerte parecía perseguir a Loaísa: cuando ya estaban a punto de salir, en su nao, por estar encendido un fuego para cocer una caldera de brea, se prendió fuego la cubierta. El pánico se apoderó de la dotación, que se amontonó para abordar la chalupa, y hacerse al agua. Por suerte otros marinos acudieron al fuego y lograron apagarlo. Loaísa, no se entretuvo en contemplaciones, y al ver el fuego sofocado «afrentó de palabra a todos los entraron en el batel».
El día 12 de abril la expedición arribó al puerto de la Concepción y el 16 se encontraba en la punta de Santa Ana, que los expedicionarios bautizan con el sobrenombre de estrecho de las Nieves, por estar todas sus cumbres cubiertas de ella; pero, además, por una nieve de tono azulado, que se suponía que era por la cantidad de siglos que allí llevaban sin deshelar. El ensordecedor rugir de la mar, al encontrarse los dos océanos, hacía temblar los cascos de las naos. La noche del 18 de abril los expedicionarios se llevaron un gran susto, pues de pronto y encontrándose en el puerto de San Jorge, comenzaron a oír gritos que los producían los patagónicos, los cuales se acercaban a gran velocidad con sus canoas y provistos de tizones encendidos, por lo que se aprestaron a las armas, pero según el relato de Urdaneta; «no les pudimos entender, no llegaron a las naos y se volvieron».
Entre el 25 de abril y el 2 de mayo la expedición estuvo en Buen Puerto. El 6 de mayo, en las cercanías del puerto de San Juan, la expedición se vio obligada a correr otro temporal logrando no sin esfuerzos el arribar al mencionado puerto. Estando ya fondeados, comenzó a caer nieve y después de ello Urdaneta escribe: «no había ropas que nos pudieran calentar». El mal tiempo obligó a la expedición a permanecer en el lugar unos días. Pensando que el tiempo mejora se vuelven a hacer a la mar, pero a las pocas millas se ven obligados a regresar, pues el temporal permanece y aumenta su intensidad. Urdaneta anotaba en su diario las hórridas condiciones de vida a bordo de los barcos: «A las noches eran tantos los piojos que se criaban, que no había quien se pudiese leer»; hubo el caso concreto de un marinero que falleció de aquella plaga y que Urdaneta describe: «todos tuvimos por averiguado que los piojos le ahogaron».
El 15 de mayo el tiempo comenzó a abonanzar, lo que inmediatamente se aprovechó para hacerse a la mar. El sábado 26 de mayo de 1526, víspera de la festividad de la Santísima Trinidad, la armada alcanza el extremo de la isla Desolación y dobla el cabo Deseado saliendo del estrecho de Magallanes tras 48 días de travesía por el mismo.


La expedición estaba siendo desastrosa la pérdida de la Sancti Spiritus y las deserciones de la Anunciada y la San Gabriel, dejaba solo 4 naves que comenzaban a averiarse por los embates del mar y los tripulantes fallecían a mano del escorbuto entre ellos murieron Loaísa y Juan Sebastián Elcano.

Seis días después de entrar en la inmensidad del océano Pacífico, el 2 de junio, la escuadra se encontró otro temporal que deshizo la expedición, pues desde las cofas no se advertía a bajel alguno a la vista. Estando ya a unas ciento cincuenta leguas del cabo Deseado, la tempestad se convirtió en casi un huracán, lo que todavía contribuyó más al alejamientos de las naos. La expedición ya no volvería a reunirse, pero se tiene constancia de los rumbos de los barcos separados:

- La San Lesmes fue vista por última vez por el patache, y de ella nunca más se supo. Más de dos siglos después en el año de 1772, la fragata Magdalena encontró una gran cruz muy antigua cerca de Tahití, por lo que por esta noticia, el insigne historiador don Martín Fernández de Navarrete sacó la conclusión, que por la derrota seguida y las corrientes, y con los últimos datos del patache, se puede casi asegurar que fueron a parar allí. En 1929 se encontraron unos cañones españoles del siglo XVI en la isla de Amanu, en las Tuamotu. Otros autores opinan que llegaron hasta Nueva Zelanda y naufragaron en la costa meridional de Australia; desde allí la tripulación habría costeado la isla hasta pasar el cabo York, siendo después apresados, probablemente, por la segunda expedición del portugués Gomes de Sequeira.

- La Santa María del Parral logró cruzar el Pacífico y alcanzar las Célebes. Una sedición, preparada por los marineros Romay y Sánchez, dan muerte al capitán, Jorge Manrique de Nájera, a su hermano y al tesorero. Después hicieron embarrancar en la isla de Sanguin, cercana a la de Cebú, donde desembarcaron. Pero los indígenas los atacaron, matando a varios de los españoles y capturando al resto. Menos de dos años después, en febrero de 1528, la expedición de Álvaro de Saavedra recogió a los dichos marineros; los instigadores del motín, Romay y Sánchez, fueron procesados, declarados culpables de amotinamiento, desobediencia y asesinato, y ejecutados en Tidore.

- El patache Santiago, al mando de Santiago de Guevara, puso rumbo norte y realizó un asombroso viaje de 10.000 km hasta alcanzar la costa de Nueva España. Dio fondo en el golfo de Tehuantepec el 25 de julio de 1526, y diversos pertrechos, junto con parte de la tripulación, participaron en la expedición de Álvaro de Saavedra, que también cruzaría el Pacífico entre 1527 y 1529.

- Mientras tanto la capitana, la nao Santa María de la Victoria, encontrándose sola el 4 de junio a 41º 30' de latitud sur, prosiguió el viaje. Su situación empeoraba por momentos, pues, a causa de los temporales, sus reparaciones se habían resentido y comenzaba a hacer agua. Tanta que las bombas de achique no daban para desalojarla. Además, el escorbuto, empezó a causar estragos entre los tripulantes, dando comienzo a una triste y larga lista de fallecidos a su bordo. El 24 de junio falleció el piloto don Rodrigo Bermejo; el 13 de julio le siguió el contador don Alonso de Tejada;

el día 30, cuatro días después del paso del Trópico de Capricornio, moría el jefe de la expedición capitán general Loaísa, siendo nombrado general de la expedición Juan Sebastián de Elcano, ya muy enfermo, que falleció 5 días después, el 6 de agosto. Andrés de Urdaneta fue uno de los testigos que firmaron el testamento del insigne marino, en el que dedicaba un recuerdo emotivo a su lugar natal. En sustitución de Elcano fue nombrado general Alonso de Salazar, e indica Urdaneta:
Bien creo que si Juan Sebastián de Elcano no falleciera, no nos arribáramos a las islas de los Ladrones tan presto, porque su intención siempre fue de ir en busca de Cienpago, por éste se llegó tanto hacia la tierra firme de la Nueva España.

Unas horas después de Elcano moría Álvaro de Loaísa, sobrino del jefe de la expedición, que había sido nombrado contador al fallecer el titular. Con su acostumbrada meticulosidad Urdaneta cuenta:

Toda esta gente que falleció (unos treinta desde la salida al océano) murió de crecerse las encías en tanta cantidad que no podían comer ninguna cosa y más de un dolor de pechos con esto; yo vi sacar a un hombre tanta grosor de carne de las encías como un dedo, y otro día tenerlas crecidas como si no le hubiera sacado nada.


La única nave superviviente de la expedición, la Santa María de la Victoria y al frente de la expedición quedaba Toribio Alonso de Salazar, a pesar de todos los infortunios continuó el viaje y el 9 de agosto la nao se encontraba a 12º de latitud norte, rumbo a las islas de los Ladrones (islas Marianas). El día 21 de agosto descubrieron la isla de San Bartolomé (Maloelap) en las actuales Islas Marshal, pero lanzando la sonda, ésta no daba la profundidad, pues «parecía el agua muy verde». Viendo que no podían dar fondo, la treintena de supervivientes de la expedición continuaron rumbo a las Marianas.

El día 4 de septiembre avistaron las Marianas, y al día siguiente alcanzaron la isla de Guam, donde se lanzaron las anclas. Inmediatamente una gran cantidad de piraguas, que rodearon la nao a gran velocidad. Los abordó un grupo de indígenas, totalmente desnudos, con una facilidad que asustó a los tripulantes. Pero de ellos se destacó uno, que en un perfecto castellano con acento gallego, les espetó: «Buenos días, señor capitán y maestre y buena compañía...» Este hombre no era otro que Gonzalo de Vigo, desertor de la expedición comandada por González Gómez de Espinosa años atrás. Esta expedición de Espinosa se había separado de Elcano en 1521 (hacía 5 años), en las Islas Molucas, en un intento de atravesar el Pacífico rumbo a Darién. Según Urdaneta:
...hallamos un gallego que se llama Gonzalo de Vigo, que quedó en estas islas con otros dos compañeros de la nao de Espinosa, e los otros dos muriendo, quedó él vivo, el cual vino luego a la nao e nos aprovechó mucho porque sabía la lengua de las islas...
Gonzalo de Vigo pidió el Seguro Real (o sea, el perdón) y por su amable llegada, más la ayuda que se comenzó a prestar a los enfermos de escorbuto, le fue concedida a bordo mismo y en ese instante.

Aún no recuperados del todo, el 10 de septiembre se volvieron a hacer a la mar; sin embargo, a los cinco días de la salida falleció Toribio Alonso de Salazar, que había sido nombrado por Elcano como capitán de ella, por lo que de nuevo surgieron problemas. Hubo dos que pretendieron el mando; uno era Hernando de Bustamante y el otro Martín Íñiguez de Zarquizano, quienes a su vez tenían divididas las simpatías de los tripulantes. El primero era uno de los que fue con Elcano y fue llamado por orden real a presencia de Carlos I, por lo que su fama de buen navegante le era propicia para el cargo; el segundo era contador general de la expedición de Magallanes y también un superviviente de la primera vuelta al planeta, por ello estaban los dos muy igualados. Para dilucidar quién debía ser el responsable se acudió a la votación por mayoría, por lo que se organizó escrupulosamente ésta. Así, ese mismo día, 15 de septiembre, en presencia del escribano general, todos fueron pasando y dejando su papel con el nombre del elegido; según Urdaneta: «Y así todos votaron los unos por el dicho Martín Iñiguez de Zarquizano y los otros por el dicho Hernando de Bustamante».
Al realizar el escrutinio y ver el resultado, al escribano se le escapó una sonrisa. Esto provocó que, tal como cuenta Urdaneta: «Antes que se viesen los votos Martín Iñiguez se resabió con parecerle que tenía más votos el Bustamante y apañó al escribano los votos y echólos en la mar». Se desató un discusión por su proceder, pero no tuvo mayores consecuencias; porque se llegó al acuerdo de que, si al llegar a las Molucas allí se encontraban los bajeles perdidos, y en alguno de ellos estaba alguno de los jefes, él decidiría; de lo contrario, en aquellas tierras se volvería a realizar la votación y, mientras tanto, compartirían el mando los dos.

Al amanecer del día 2 de octubre, desde la cofa se dio aviso de tierra en la misma línea del horizonte: se trataba de la isla de Mindanao (Filipinas). Por ello Zarquizano convocó en el alcázar a Bustamante y a otros quince hombres, y le dirigió un discurso, según Urdaneta, «diciendo que ya veíamos cómo estábamos en el archipiélago de la Célebes y muy cerca del Maluco, y que era muy grande poquedad de todos los que íbamos en aquella nao y gran deservicio de su Majestad irnos así sin capitán y caudillo...»; a lo que añadió Urdaneta de su propio tintero: «por no tener capitán nombrado y jurado podía acaecernos algún desastre como a hombres desmandados y desordenados». Proseguía Zarquizano: «por parte de Dios y de Su Majestad», que por las instrucciones Reales y por ser el oficial de mayor graduación, debía ser elegido como capitán general de la expedición, y terminaba declarando que: «era más hábil y suficiente para el dicho gobierno que Hernando de Bustamante». Ante estas palabras todos le juraron obediencia y respeto como a jefe supremo, pero Bustamante se negó; a ello respondió Zarquizano con la orden de ponerle grillos. Urdaneta lo cuenta así: «Le mandaron echar unos grillos, de que cobró mucho miedo, y así le hubo de jurar y obedecer».

El 6 de octubre consiguieron llegar a la costa. Zarquizano, con previsión, ordenó lanzar las anclas a cierta distancia de ella y, al tiempo, mandó a Urdaneta con la chalupa y varios hombres a ver como era la población indígena. Intentó conversar con ellos Gonzalo de Vigo, pero el leguaje era distinto, por lo que recurrieron a la mímica. A cambio de baratijas relucientes consiguieron llenar la chalupa de cocos, plátanos, batatas, frutas diversas, vino de palma, arroz y hasta alguna gallina. Al ser la acogida tan agradable, Zarquizano ordenó levar anclas y acercar la nao a la costa, y una vez allí recibió la visita del cacique de la zona. Siguiendo con el trueque, consiguieron más provisiones, pero al apercibirse el capitán general de los colgantes de los indígenas eran de oro ordenó que nadie intentará el trueque por ese metal.6
Unos días más tarde, regresó Urdaneta con la intención de la primera vez. Pero en esta ocasión los indígenas habían sido soliviantados por un malayo, por lo que el comenzar a hablar los indios les exigieron que apagaran las mechas de sus fusiles, a lo que lógicamente se negaron. Esto dio principio a una serie de acontecimientos, en los que ocurrió de casi todo: se comenzó por tener cada parte un rehén de la otra; los indios empezaron a regatear. Mientras se negociaba, los españoles advirtieron que los nativos estaban intentando el cortar las amarras de la chalupa; por su parte, Gonzalo de Vigo (que era el rehén) se dio cuenta de que los filipinos que le rodeaban movían amenazadora e insistentemente sus machetes y estaban muy alterados, por lo que pegó unos gritos para advertir a sus compañeros. Andrés de Urdaneta se dio cuenta de la situación y prohibió a sus hombres contestar a Gonzalo para no alertar a los indios. Se levantaron los españoles dando explicaciones de que ya es muy tarde y que mañana proseguirán; en ese instante Gonzalo dio un par de empujones a los que tenía más cerca y salió corriendo, consiguiendo llegar a la chalupa donde sus compañeros le esperaban. Los nativos, temiendo las armas de los españoles, cesaron en la persecución y nadie resultó perjudicado.
Al día siguiente Zarquizano, con sesenta hombres perfectamente pertrechados, desembarcó y se adentró en la jungla hasta llegar al campamento, donde, cuenta Urdaneta, «envió a requerirles a los indios de paz a que nos vendiesen algunos alimentos»; pero la respuesta de estos fue salir corriendo con sus enseres y adentrarse en la espesura de la selva. Prevenido Zarquizano por Bustamante de la forma de combatir de los indios, dispuso la retirada con una buena defensa en la retaguardia, así se evitó un ataque que a buen seguro se hubiera producido; Urdaneta aclara con estas palabras: «Quién por estas Indias anduviere y no fuere práctico, perderse ha, por ser los indios muy atraicionados...»
Al no poderse llegar a ningún acuerdo por la manifiesta hostilidad de los indígenas, Zarquizano ordenó levar anclas el 15 de octubre y hacerse a la mar con rumbo a la cercana isla de Cebú, pero una vez más los vientos contrarios le obligaron a desistir de ello, por lo que ya siendo favorables, los aprovechó para poner rumbo directo a las Molucas (indonesia).

Arribaron a las Molucas el día 22 de octubre en Tálao, en el archipiélago de las Célebes, donde se abastecieron y pertrecharon con abundancia comerciando con sus habitantes. El jefe de la isla, después de realizados todos los intercambios, se reunió con Zarquizano, pidiéndole que le ayudara a terminar una guerra con un vecino. Pero Zarquizano, recordando que algo parecido le ocurrió a Magallanes y para evitar caer en la misma trampa se negó. Además se dirigió a los portugueses y les advirtió del riesgo que corren, pues a buen seguro que si se inicia la guerra, ellos serán los más perjudicados, por lo que estos se encargaron de disponer todo el armamento en caso de conflicto.
Zarpó la expedición de esta isla y se dirigió a Gilolo, la mayor de las pertenecientes a las Molucas, donde llegaron el 29 de octubre. A su llegada sus habitantes se les vinieron encima con sus canoas, confundiéndolos con portugueses; Urdaneta dice: «Nos vinieron a ver cientos de indios y hablándonos en portugués, de lo que nos holgamos mucho...». El 3 de noviembre, Zarquizano envió a Urdaneta y a cinco más a anoticiar a los reyes de Tidore y Gilolo de su llegada y de sus intenciones de ayudarlos contra sus enemigos. El 4 de noviembre entraron en el puerto de Zamafo, de donde partieron el 18 de noviembre rumbo a la isla de Rabo. Llegaron a ésta el 30 de noviembre y desde allí retornaron a Zamafo; hicieron estancia en esta ciudad entre el 13 y el 30 de diciembre.

Pronto las rencillas del reparto del mundo por el tratado de Tordesillas provocarían la guerra entre españoles y portugueses, por estar estos en territorios de aquellos. Pero la acción de los españoles, que había sido encontrada de buenas maneras por parte de los nativos, provocó el que unos se pusieran de un lado y los otros de otro. Por eso Urdaneta recuerda estas palabras de su jefe: «Que nunca Dios quisiese que nosotros fuésemos en rehusar de cumplir lo que Su Majestad decía en el mote de la divisa de las columnas: Plus Ultra». Y prosigue: «Toda la gente estaba tan recia y fuerte como el día que partimos de España, aunque hacía diez y ocho meses que salimos». Y continúa: «Si los portugueses quisieran, bien nos alcanzaran; empero no les pareció buen partido, y así nos dejaron pasar».

Zarparon de esta isla y el día de Año Nuevo de 1527 la nao arribó a Tidore, donde fueron bien recibidos y se avituallaron nuevamente de alimentos frescos; pero el trato con los lugareños era irregular, por lo que hubo varios enfrentamientos entre ambas fuerzas. El 17 de enero los portugueses intentaron abordar la nao española, embarcados en las canoas de los indígenas; pero cometieron el error de hacerlo en una noche de luna llena, por lo que los vigías de guardia de la nao abrieron fuego sobre ellos, lo que provocó que la sorpresa ya no fuera tal y que los españoles salieran todos a ocupar sus puestos. Al final, el resultado fue de un muerto y dos heridos portugueses y un muerto y cuatro heridos por los españoles.
Al atardecer de ese día, los españoles con doscientos indígenas, abortaron un intento de desembarco en las cercanías de la nao, para hostigar con artillería al buque, cuando se retiró, apareció una veloz embarcación que recorría la costa y de esta forma se apreció que portaba una bandera roja, en la que claramente se leía: «A sangre y fuego».

Al siguiente día regresaron los portugueses, y comenzó un nuevo cañoneo. De resultas de él la Santa María de la Victoria resultó alcanzada por tres de ellos. Pero, al parecer, el mayor daño lo sufría el buque al disparar sus propias piezas de artillería, por lo que quedó inservible para ser aparejado y volverse a hacer a la mar. Zarquizano, en palabras de Urdaneta: «mandó llamar al maestre y piloto y marineros de la nao y a otras personas entendidas, y les tomó juramento en unos Evangelios si estaba aquella nao para poder navegar», pero «todos juraron uno a uno y depusieron que no era posible poderla aparejar de manera que pudiese navegar...» Esto consternó a Zarquizano, que no tuvo más remedio que resignarse. Por ello ordenó desmantelar la nao y reutilizar los materiales y la artillería para poder fortificar alguna posición.
Con la excusa de concertar la paz, los portugueses envenenaron Zarquizano el 11 de julio de 1527. Por votación fue elegido nuevo capitán a Hernando de la Torre y los 120 españoles remanentes procedieron a construir una fortaleza en Tidore con dos docenas de piezas de artillería.7

El 27 de marzo de 1528 llegó a Tidore la nao Florida al mando de Álvaro de Saavedra Cerón, enviada por Hernán Cortés para buscar a las expediciones de García Jofre de Loaisa y de Sebastián Caboto (esta última quedó en el Río de la Plata) en cumplimiento de órdenes del emperador. La Florida partió hacia Nueva España el 14 de junio de 1528, cargada con sesenta quintales de clavo de olor, pero debe regresar a Tidore a donde llega el 19 de noviembre de 1528. Parte de nuevo el 3 de mayo de 1529, pero nuevamente debe regresar llegando a Gilolo el 8 de diciembre de 1529, muriendo Álvaro de Saavedra Cerón en el trayecto.
Tras varios meses de lucha, los portugueses habían tomado Tidore, abandonada por los españoles, lo mismo que las naves españolas, por lo que los 18 sobrevivientes de la Florida continuaron hacia Malaca en donde fueron apresados por los portugueses, muriendo allí diez de ellos.
Los españoles de Tidores continuaron la lucha fuera de la fortaleza ocupada por los portugueses, pero en 1529 Hernando de la Torre firmó la paz con el capitán portugués de las Molucas, Jorge de Meneses.
Que los castellanos saliesen de aquellas islas y fuesen para el lugar de Camafon en la costa del Moro, para lo que Don Jorge les daría embarcaciones para ir allá.
Se acordó que los españoles permanecerían en la isla de Maquien que habían tomado al rey de Ternate, sin intentar comprar clavo de olor ni aliarse a los enemigos de los portugueses, los reyes de Gilolo y Tidore. Los cosas tomadas mutuamente debían devolverse. Posteriormente fueron trasladados a Goa en la India, en donde se les unieron los sobrevivientes de la expedición de Saavedra.

Presos de los portugueses, los miembros de la expedición de Loaísa reciben la noticia de que el emperador había vendido los derechos sobre las Molucas a Portugal mediante el Tratado de Zaragoza (1529). Los últimos 24 supervivientes llegaron a Lisboa a mediados de 1536.


Pedro Fernández de Quirós. (Descubridor de Vanuatu y Tahití )

Fue un marino y explorador portugués al servicio de la corona hispana (por entonces las actuales Portugal y España formaban una misma corona).
Quirós nació en Évora, Portugal. Muy joven se incorporó a la Armada Española y se hizo marino y navegante experimentado. En 1595 sirvió como piloto en las exploraciones de Álvaro de Mendaña de Neira por el sudoeste del Pacífico. Fue el quien condujo hasta Acapulco el retorno de la nave sobreviviente de la última expedición de Mendaña, se dirigió al Perú llegando a Paita el 3 de mayo 1597. Luego, por consejo del virrey viajó a Europa, en abril de 1598, llegando a Sevilla en febrero de 1600 y luego visitó en Roma al papa Clemente VIII, de quien obtuvo apoyo para continuar explorando el Pacífico. Regresó al Perú en marzo de 1605 con la intención de encontrar y conquistar la Terra Australis Incognita. Armó una expedición de tres naves: la capitana llamada Santos Pedro y Pablo, la almiranta llamada San Pedro y la más pequeña llamada Los Tres Reyes Magos, que partieron de El Callao el 21 de diciembre de 1605, con 300 marineros y soldados.2

El 26 de enero de 1606 encontraron una que llamaron Luna Puesta (tal vez sea Ducie en Pitcairn o una de las islas Tuamotu), llamada también La Anegada o La Encarnación por otros miembros de la expedición y luego otras islas del archipiélago: el 29 de enero, San Juan Bautista (posiblemente Henderson en Pitcairn), una isla despoblada donde recogieron piñas que también llamaron Sin Puerto, San Valerio y Sin Provecho. Luego hallaron San Telmo el 4 de febrero (San Blas o Corral de Agua), tal vez sea Marutea Sur. El 5 de febrero alcanzaron Las Cuatro Coronadas (Islas Anegadizas, Cuatro Hermanas o Las Anegadas), tal vez el grupo de Acteón y luego San Miguel Arcángel (Vairaatea) el 9 de febrero, sin desembarcar al no encontrar fondeaderos. El 10 de febrero hallaron la primera isla poblada del archipiélago La Conversión de San Pablo (Hao) en la cual desembarcaron e hicieron contacto con sus habitantes y el 12 de febrero ven otra que no visitan pero que bautizan: Decena por ser la décima isla hallada (Tauere o tal vez Faaite) y al día siguiente La Sagitaria (tal vez Rekareka) en donde desembarcaron y tomaron contanto con sus habitantes. Al día siguiente descubrieron La Fugitiva (tal vez Uturoa del archipiélago de la Sociedad o Raroia). También fue el primer europeo que descubrió Tahití, aunque no se sabe si llegó a desembarcar.

El 21 de febrero de 1606, diez años después del segundo viaje de Mendaña, Quirós consiguió reencontrar la isla de San Bernardo o La del Pescado (Carolina) en las Esporadas Ecuatoriales o tal vez Manihiki (norte de las islas Cook), pero estaba despoblada y sin agua, por lo que continúan viaje hacia la isla de Santa Cruz. Alcanzaron luego el 1 de marzo una isla habitada que denominaron isla de Monterrey, La Peregrina o isla de Gente Hermosa (tal vez Pukapuka en el grupo de las Danger, Swains en Tokelau o Rakahanga al Norte de las Cook y al Este de las Danger) en donde desembarcaron y chocaron con sus habitantes y el 25 marzo de 1606 la tripulación de la capitana se inquieta, por lo que Quirós destituye al piloto mayor y pone en su lugar a Pedro de Leza. Continúan el viaje y llegan el 7 de abril a otra isla poblada Nuestra Señora del Socorro (Taumaco en el archipiélago de las Duff) en donde denominó Venecia a un poblado indígena y tomó contacto con sus habitantes. El 18 de abril Quirós ordenó zarpar hacia el sudeste alcanzando el 21 de abril la isla Tucopia (Tikopia) en las Salomón en donde desembarcó se contactó con sus habitantes y luego descubrieron el archipiélago de las Nuevas Hébridas (Islas Vanuatu) divisando el 25 de abril: San Marcos (Mere Lava), Vergel (Merig), Margaritana y Sierra Clementina (islas Maewo). El 27 de abril pasaron por Virgen María (Gaua), Los Portales de Belén (Vanua Lava), Las Lágrimas de San Pedro (islas Saddle) y Mota (Mota Lava).2

El 30 de abril llegaron a la isla de Espíritu Santo en donde Quirós tomó posesión de todas las tierras del Sur hasta el Polo:
Séanme testigos los cielos, tierra, las aguas con todas sus criaturas, y las que presentes estáis testigos, de como Yo, el capitán Pedro Fernández de Quirós, en estas partes que hasta agora han sido incógnitas, en nombre de Jesucristo, hijo del Eterno Padre y de la Virgen Santa María, Dios y hombre verdadero, enarbolo esta señal de la Santa Cruz en que su persona fue crucificada y a donde dio la vida por el rescate y remedio de todo el género humano, siendo presentes por testigos todos los oficiales de mar y guerra: fecha día de Pascua del Espíritu Santo, a 14 de mayo de 1606. En estas partes del Sur hasta agora incógnitas a donde estoy, he venido con la aprobada licencia del Sumo Pontífice Clemente Octavo, y por mandado del Rey nuestro Señor Don Felipe III, Rey de las Españas..., despachado por el Consejo de Estado. Yo, Pedro Fernández de Quirós, en nombre de la Santísima Trinidad tomo posesión de todas las islas y tierras que nuevamente he descubierto, y descubriré hasta su polo. Tomo posesión de toda esta parte del Sur hasta su polo en nombre de Jesús... Tomo posesión de todas las partes del Sur hasta su polo en nombre de Juan de Dios, y de todos los hermanos profesos de su orden... Que desde agora se ha de llamar la Austrialia del Espíritu Santo, con todos sus anexos y pertenecientes, y esto para siempre jamás en nombre del Rey Don Felipe III cuyo es el gasto, y costa de esta armada con que vine a descubrir las dichas tierras.

Quirós desembarcó en esa isla que creyó era parte del continente meridional y la llamó la Austrialia del Espíritu Santo (mezclando las palabras Austral y Austria, dinastía reinante en España y Portugal). La isla todavía se llama Espíritu Santo. Allí fundó una colonia que llamó Nueva Jerusalén a orillas de un río que denominó Jordán. Pero la colonia fue pronto abandonada debido a la hostilidad de los habitantes de la isla y a los desacuerdos entre los componentes de la expedición.

Algunas semanas después Quirós se hizo a la mar otra vez. El mal tiempo lo separó de las otras naves y no conseguía (o eso dijo él más adelante) volver a la orilla. Entonces puso rumbo a Acapulco en México, a donde llegó en noviembre de 1606. Su segundo en el mando, Luis Váez de Torres, después de buscar inútilmente a Quirós y esperarlo 15 días, se dirigió de nuevo a Espíritu Santo descubriendo que se trataba de una isla y no de un continente y la denominó isla Cardona.
Y siguió buscando la Terra Australis, hasta que abandonó la búsqueda y se dirigió a Manila, pasando por el mar del Coral, el estrecho de Torres que separa Australia y Nueva Guinea y luego el mar de las Molucas.

Sobe el descubrimiento de Australia sigue habiendo mucha controversia. Muchos autores le asignan la invención de la palabra «Australia» a Quirós, en la creencia de que él nombró sus islas «Australia del Espíritu Santo», mientras que realmente las llamó «Austrialia del Espíritu Santo». Entre los que defendían la teoría de que Quirós descubrió Australia mucho antes que Willem Janszoon, Abel Tasman o James Cook, se encontraba el arzobispo de Sídney desde 1884 a 1911, Patrick Francis Moran, y así se enseñó en las escuelas católicas durante muchos años, asegurando que la Nueva Jerusalén de Quirós se encontraba cerca de Gladstone en Queensland. Basándose en esta creencia, el poeta australiano James McAuley (1917-76) escribió un poema épico llamado Captain Quiros en 1964, en el que muestra a Quirós como un mártir por la causa de la civilización cristiana católica, este poema fue recibido con gran frialdad en un tiempo en que Australia tenía un fuerte sesgo protestante. El escritor australiano John Toohey también publicó una novela, Quirós, en 2002.

En cualquier caso fue un español el que descubrió Australia. Es incontestable que Torres cruzó el estrecho que lleva su nombre y desde esta posición ciertamente habría avistado el cabo de York, el extremo más septentrional de Australia. Independientemente de lo que haya hecho, Torres nunca afirmó que había avistado el continente meridional y se limitó a señalar que había pasado a través del estrecho. Obviamente si dice que cruzó un estrecho es que había avistado tierras a un lado y al otro de su navío. Por lo que se puede afirmar que avistó Australia pero nunca llegó a pisarla por lo que en aquel momento su descubrimiento pasó desapercibido para occidente. Serían navegantes posteriores los que darían a conocer en occidente esta nueva tierra.


Quirós volvió a Madrid en 1607. Tomado por loco, pasó los siete años siguientes en la pobreza, escribiendo numerosos memoriales relatando su viaje  y pidiendo al rey Felipe III dinero para un nuevo viaje. Lo enviaron a Perú con cartas de recomendación, pero el rey no tenía verdadera intención de financiar otra expedición. Quirós murió en Panamá en 1614.

Álvaro de Mendaña (descubridor de islas Salomon e islas marquesas)

(Congosto, comarca de El Bierzo, provincia de León, actual comunidad autónoma de Castilla y León, 1541 – Isla de Santa Cruz (Islas Salomón), octubre de 1595), Adelantado, fue un navegante español que llevó a cabo dos expediciones al Pacífico descubriendo las islas Salomón y las Islas Marquesas.
Se saben muchas cosas de los primeros años de su vida. Embarcó hacia el Perú con el nombre de Álvaro Rodríguez y Neira y en ocasiones se lo denomina Mendaña y Castro. En sus tiempos se lo identificaba como gallego, posiblemente de Neira. Según la investigación documental posterior, era de Congosto, en la comarca de El Bierzo. Su padre, Rodríguez, era de la familia Mendaña, y su madre, Ysabel de Neira, de la de Castro, hermana de Lope García de Castro. Mendaña acompañó a su tío Lope en 1567 cuando éste fue nombrado presidente de la Real Audiencia de Lima.

Primer viaje de Mendaña.  Archipiélago de las islas Salomón, descubierto por Álvaro de Mendaña en 1568.
La expedición partió de El Callao (puerto de Lima), el 20 de noviembre de 1567, compuesta por dos barcos: Los Reyes y Todos los Santos con una tripulación de 150 hombres. Pedro Ortega Valencia era el maestre de campo y capitán de la nave almiranta; Pedro Sarmiento de Gamboa iba al mando de la nao capitana y como cosmógrafo y Hernán Gallego era el piloto mayor.2
Después de atravesar lo que llamaron Golfo de la Concepción y Golfo de la Candelaria (mar entre el Perú y las Tuvalu), pasaron el 15 de enero de 1568 por delante de la poblada isla Jesús (isla Nui), en las islas Tuvalu y luego de avistar los Baxos de la Candalaria (Ontong Java) el 1 de febrero, llegaron sin escalas a la primera de las islas Salomón: la Isla de Santa Isabel el 7 de febrero de 1568 en donde una parte de la expedición exploró la isla y otra parte construyó un bergantín con el que Pedro Ortega y Hernán Gallego la circunnavegaron confirmando que era una isla.2
Luego la expedición explora las islas cercanas: Isla de Ramos (Malaita), San Jorge (al sur de Santa Isabel), las islas Florecidas, Galera, Buenavista, San Dimas, y Guadalupe (grupo de islas Florida o Nggela Sule), Guadalcanal, Sesarga (Savo), islas San Nicolás, San Jerónimo y Arrecifes (grupo Nueva Georgia), San Marcos (Choiseul), San Cristóbal (Makira), Treguada (Ulawa), Tres Marías (Olu Malua), San Juan (Uki Ni Masi), San Urbán (Rennell), Santa Catalina y Santa Ana llegando el 25 de mayo de retorno a Santa Isabel. El 28 de mayo se establecieron en Guadalcanal con la idea de fundar allí un poblado, pero al mes deben abandonarla ante la hostilidad de sus habitantes y la falta de víveres, dirigiéndose a la isla de San Cristóbal. Durante los seis meses que permanecieron en las Salomón, no encontraron oro pero el nombre de islas Salomón perduró hasta hoy. El viaje de vuelta lo hicieron por la ruta utilizada por el Galeón de Manila hasta Acapulco (en México), pasando por los Baxos de San Bartolomé (atolón Maloelap, islas Marshall) y la isla de San Francisco (islas Wake), llegando a El Callao el 22 de julio de 1569.2
Segundo viaje de Mendaña

Segundo viaje de Mendaña.  Islas Marquesas, descubiertas por Álvaro de Mendaña en 1595.
Durante veinticinco años Mendaña intentó hacer un segundo viaje para colonizar las islas Salomón, aunque tenía la aprobación del rey se encontró con el rechazo de las autoridades coloniales del Perú descontentas con los resultados del primer viaje y con la de los enemigos de su tío, que había muerto. Fue el nuevo virrey, García Hurtado de Mendoza marqués de Cañete, quien patrocinó la nueva expedición gracias a la influencia de la esposa de Mendaña, Isabel de Barreto. Se organizó como una expedición privada donde el virrey aportaba los efectivos militares, en tanto que Mendaña que iba como Adelantado de las Salomón, convencía a mercaderes y colonos para participar en la aventura. El objetivo era establecer una colonia en las islas Salomón impidiendo que los corsario ingleses encontraran un refugio en el Pacífico desde dónde pudieran atacar las islas Filipinas o la costa americana.2
Se embarcaron unas 400 personas entre las que se encontraban pasajeros con sus mujeres y esclavos dispuestos a fundar una colonia. Acompañaban al general su mujer Isabel de Barreto y tres cuñados. El piloto mayor de la expedición, y capitán de la nave capitana, era el portugués Pedro Fernández de Quirós o Fernandes de Queirós (en esos años el reino de Portugal formaba parte de la Monarquía Hispánica). Los cuatro barcos eran:2
San Gerónimo, nave capitana, galeón de 200 a 300 toneladas, cuyo capitán y piloto mayor era Pedro Fernández de Quirós.
Santa Ysabel, nave almirante, galeón de 200 a 300 toneladas, cuyo capitán era Lope de Vega. Desapareció el 7 de septiembre de 1595.
San Felipe, galeota de 30 a 40 toneladas. Propietario y capitán: Felipe Curzo. Desapareció el 10 de diciembre de 1595.
Santa Catalina, fragata de 30 a 40 toneladas. Propietario y capitán: Alonso de Leyra. Desapareció el 19 de diciembre de 1595.
La segunda expedición partió también del puerto de El Callao el 9 de abril de 1595 y después de hacer escala en Paita se hizo a la mar el 16 de junio, descubriendo las islas Marquesas de Mendoza (islas Marquesas) el 21 de julio, que bautizó en honor al virrey, el marqués de Cañete. Exploraron las islas del sur del archipiélago: Magdalena (Fatu Hiva), Dominica (Hiva Oa), Santa Cristina (Tahuata), San Pedro (Moho Tani) y continuaron viaje el 5 de agosto. De nuevo de camino hacia el oeste pasaron por delante de la isla San Bernardo (Pukapuka, islas Cook) el 20 de agosto y La Solitaria (Niulakita, Tuvalu), el 29 de agosto. Hasta que llegaron a las islas de Santa Cruz, archipiélago del sur de las islas Salomón. Al pasar junto a Tinakula, un volcán que se encontraba en actividad, desapareció la Santa Ysabel el 7 de septiembre. Luego avistaron La Huerta (Tomotu Noi), Recifes (grupo de las islas Swallow) el 8 de setiembre. Llegaron a la isla de Santa Cruz (hoy Ndende o Nendo en las islas de Santa Cruz) el 8 de septiembre.
Fundaron una colonia en la isla Santa Cruz pero, enfermo de malaria, Mendaña perdió el control de la situación. Los soldados cometieron crímenes y excesos con los indígenas y se produjo un intento de rebelión. El 18 de octubre de 1595 muere Mendaña y se hace cargo de la expedición su esposa Isabel de Barreto. Al deteriorarse la situación decidieron abandonar la colonia y poner rumbo a las Filipinas el 18 de noviembre. Por el camino se perdieron la San Felipe (10 de diciembre) y la Santa Catalina (19 de diciembre). La San Gerónimo, guiada por Pedro Fernández de Quirós, pasó por Guam el 1 de enero de 1596 y arribó al puerto de Cavite en Manila el 11 de febrero de 1596. Luego de ser reparada continuó hacia Acapulco, a donde llegó el 11 diciembre de 1596.



Juan Fernández (descubridor de la corriente de Humboldt y Nueva Zelanda)

(Cartagena, España; c. 1528/1530 - Santiago, Chile; 1599) fue un marino español, descubridor del archipiélago Juan Fernández. Junto a Hernando de Lamero y Juan Jufré, fueron los marinos que concernieron a la Capitanía General de Chile. Fue capitán y piloto mayor. Bordeó las costas occidentales de América del Sur. Descubrió las islas de San Félix y San Ambrosio y el archipiélago Juan Fernández entre 1563 y 1574.

Además descubre una vía más rápida náutica hacia el sur. Navegando más alejado de la costa encontró una nueva ruta marítima que evitaba la corriente de Humboldt (1583), con lo cual se acortaban los tiempos de viaje de la ruta norte-sur entre Callao (Perú) y Valparaíso (Chile), siendo el tiempo total del trayecto 30 días en vez de seis meses. En 1564, después de más de tres lustros de experiencia en la Callao-Valparaíso-Callao, logró destacarse al alcanzar el récord ya mencionado, aparte de haber avistado el archipiélago que luego lo inmortalizaría, el 22 de noviembre del mencionado año, desde una distancia de 10 millas marinas como maestre del navío Nuestra Señora de los Remedios.

En 1576 realizó una expedición al Pacífico Sur (Oceanía) junto a Juan Jufré, ocasión en la cual habrían descubierto Nueva Zelanda para España a fines de 1576, esto se basa en un documento que presentó a Felipe III el licenciado Juan Luis de Arias, alrededor del año 1615.
(...) proponiendo conquistar las tierras que había descubierto el piloto Juan Fernández, luego de haber navegado durante un mes desde las costas de Chile hacia el oeste, habiendo sido el mismo que antes había reducido a sólo 30 días de viaje la navegación entre Lima y la costa central de Chile.

En cuanto a las referencias de las mencionadas tierras descubiertas por Juan Fernández, se hace saber que de acuerdo al relato existente se trataba de un suelo montañoso, fértil y poblado por gente blanca (Nueva Zelanda y los maoríes), de ríos caudalosos y que contaban con todos los frutos necesarios para subsistir.
Historiadores extranjeros de conocido prestigio, como James Burney y Alexander Dalrymple1 entre otros, indican que «Juan Fernández fue el descubridor de Nueva Zelanda y distintos europeos creen que incluso visitó Australia», basándose en el documento de Arias y las descripciones del terreno y de los ríos, aparte que indican el año de 1576 como fecha de la expedición, lo cual es coincidente. Sin embargo, gracias al historiador José Toribio Medina1 se tuvo un conocimiento más cabal sobre el grado de certeza de esta épica expedición y fue así como llegó a tener en sus manos una carta de Rodrigo de Quiroga, Gobernador de Chile entre los años 1573 y 1580, dirigida a SMC. el Rey, en la cual le refiere el viaje de Juan Fernández a Nueva Zelanda y Australia, la cual a la fecha no ha sido hallada en los depósitos del Archivo Nacional, no obstante son numerosos y coincidentes los otros antecedentes que configuran como cierta la posibilidad señalada, la cual no tuvo mayor realce en sus días, ante la obstinación del virrey del Perú de no haber facilitado su ejecución.


Íñigo Ortiz de Retes (descubridor de Nueva Guinea)

Íñigo Ortiz de Retes fue un marino y explorador español del siglo XVI que navegó por el océano Pacífico reconociendo la costa norte de la isla de Nueva Guinea, y al que se le atribuye haber dado el nombre a la isla.
Ortiz de Retes llegó a las islas Malucas (indonesia) con la expedición de Ruy López de Villalobos que cruzó el Pacífico desde Nueva España, luego intentó el tornaviaje a América por el sur con la nao, la Santiago. La nao partió de Tidore el 16 de mayo de 1545. Avistaron las islas Talao en donde descansaron una semana. De allí pusieron rumbo sudeste hasta avistar la costa norte de la isla de Nueva Guinea a la que costeó durante cuatro días, durante la singladura avistó varias islas a las que bautizó como Sevillana, Gallega y de los mártires, las cuales has sido identificadas, no sin dudas, con Biak, Pulap y Supiori. Posteriormente llegó a la costa norte de una gran isla, la actual Nueva Guinea, a la que costeó durante cuatro días, desembarcando el 20 de junio cerca de la desembocadura de un río que llamó San Agustín, identificado con el río Mamberamo. Tomó posesión de estos territorios para la corona española, dándoles el nombre de Nueva Guinea debido a que sus habitantes le recordaron a los de las costas de la Guinea africana. Prosiguió la navegación y costearon más de la mitad del norte de Nueva Guinea, avistando numerosas islas, pero el 27 de agosto de 1545 los pilotos decidieron que se debía desandar el camino debido a las malas rachas de viento. Se vieron forzados a volver a las Molucas. Finalmente la San Juan arribó a Tidore, el puerto de partida, tres meses y medio después de empezada la travesía.


Bernardo de la Torre (descubridor Iwo Jima)

Bernardo de la Torre fue un navegante español, que zarpó de México en 1542 en la expedición de Ruy López de Villalobos que atravesó el Pacífico llegando a la isla de Mindanao en la actual Filipinas. Villalobos queriendo descubrir el tornaviaje a México, envió a Bernardo de la Torre de regreso al mando de la nave San Juan de Letrán.
El intento de regreso a Nueva España de Bernardo de la Torre por el norte, se inició desde la isla de Sarangani en Mindanao el 4 de agosto de 1543 a bordo de la nao San Juan. Falló en su intentó de lograr el tornaviaje y volvió a las Molucas.
Pero en el curso de su viaje, de la Torre descubrió la actual isla de Okinotorishima, (a la que llamó Parece Vela), posiblemente la isla Marcus (actual Minamitorishima) y algunas de las islas Bonin (Ogasawara), a las que llamó islas del Arzobispo, las islas Vulcano, a las que llamó Los Volcanes, y la isla de Iwo Jima.
Según algunas opiniones, Bernardo de la Torre fue quien cambió el nombre a las entonces conocidas como Islas de Poniente por el de islas Filipinas, en honor del Príncipe de Asturias, luego rey Felipe II. Además fue el primer europeo en circunnavegar la isla de Mindanao.
La crónica de sus exploraciones fueron mencionadas por Juan de Gaetano en su obra Viaje a las islas de Poniente, en 1546. Además fue el primer europeo en cruzar el estrecho de San Bernandino y el primero en circunnavegar Mindanao.

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Ruy López de Villalobos (descubridor de Hawai)


Ruy López de Villalobos (Málaga, España, 1500 - Isla Ambon, 1544) fue un hidalgo y marino español que exploró las islas Filipinas y trató, sin éxito, de colonizarlas y establecer una ruta comercial viable con los territorios españoles en América. Es conocido porque fue su expedición la que dio nombre a esas islas como «Filipinas» en honor de Felipe II de España, entonces príncipe, de quien toman su denominación actual.

En 1541, López de Villalobos recibió el encargo de Antonio de Mendoza y Pacheco, primer virrey de la Nueva España, de encabezar una expedición hacia las Indias Orientales en busca de nuevas rutas comerciales. Llevaba consigo seis naves y entre 370 y 400 hombres que se hicieron a las velas el 1 de noviembre de 1542 desde el Puerto de Navidad. Con rumbo sudoeste llegaron a los 11º conforme a la línea equinocial hasta dar con la isla filipina de Mindanao, después de descubrir algunas tierras. Allí pasaron hambre y tuvieron que luchar con los indígenas. Se dirigieron a las islas de las Especias donde Villalobos mandó a una nao para intentar el tornaviaje por el Pacífico para solicitar ayuda al Virreinato y socorrer a la maltrecha expedición. La nao Santiago siguió por el norte, capitaneada por Bernardo de la Torre y tras el fracaso lo intentaron por el sur con la misma nao, pero esta vez capitaneada por Íñigo Ortiz de Retes. Villalobos murió en 1544 en la isla de Ambon. A la vuelta de la última nave en no conseguir el tornaviaje, la expedición fracasó debido a que los portugueses les hicieron prisioneros.

En la expedición de Villalobos se descubrió la isla Clarión descubriéndose las islas Revillagigedo; la isla Wotje en la zona oriental de las Marshall; el grupo insular de Kwajalein, a la que llamaron Jardines, en las Marshall centrales; la isla de Fais en las Marshall occidentales y la isla de Yap en las Carolinas occidentales. En el viaje de ida los informes de Juan de Gaitan (piloto de la expedición) parecen describir el descubrimiento de las islas Hawái o de las islas Marshall . Si se tratase de Hawái, habrían sido uno de los primeros europeos que llegaron a las islas junto con Saavedra.

El inglés James Cook no fue el primero en llegar en 1778 pero si el que dio a conocer las islas. Que esto fue así lo confirma el hecho de que en un gran número de cartas marinas, rubricadas por cartógrafos españoles, lusitanos, holandeses, italianos y franceses, la primera de ellas fechada en 1555 y la última en la segunda mitad del siglo XVIII, ya se pueden ver estas islas. Solo resta saber que español fue el primero en descubrir las islas, según varios historiadores, es posible que miembros de la expedición española de Ruy López de Villalobos fueran los primeros ya que existen mapas españoles de la época que muestran unas islas en la latitud de Hawái, pero en una longitud 10 grados más al este. En diferentes manuscrittos, la Isla de Maui aparece como «La Desgraciada», y la Isla de Hawái aparece como «La Mesa». Otras islas, muy parecidas a Kaho’oawe, Lāna’i y Moloka’i recen con el nombre de «Los Monjes».