Bravo de Sobremonte (Medico)


Bravo de Sobremonte Ramírez, Gaspar (1603-1683).

Científico español, nacido en San Cristóbal de Sobremonte (Palencia) en 1603 y muerto en Madrid en 1683.

Nació en el seno de una familia hidalga e hizo sus primeros estudios en la localidad palentina de Aguilar de Campóo. Se trasladó después a Valladolid, en cuya Universidad se graduó de bachiller en medicina (1630) y doctor en medicina (1637). Muy tempranamente participó en las oposiciones a cátedras de dicho centro universitario, y obtuvo ya en 1632 una de la Facultad de Artes. Desde 1637 hasta 1659 ocupó sucesivamente cinco cátedras médicas: las de Cirugía, Método, Vísperas, Prima de Hipócrates y Prima de Avicena. A partir de 1659 fue médico de cámara, primero de Felipe IV y más tarde de Carlos II. También desempeñó el cargo de médico primario de la Inquisición.

Bravo de Sobremonte fue autor de una voluminosa obra escrita que, a través de numerosas ediciones, tuvo una notable difusión dentro y fuera de España. Publicó primero unas Resolutiones Medicae (1649) a las que añadió, a partir de la tercera edición, una monografía sobre la circulación de la sangre y una serie de dieciocho Consultationes Medicae. Su segundo libro fue el titulado Praelectiones Vallis-oletanae de purgandi ratione (1651). El tercero, Disputatio apologetica pro Dogmatica Medicina prestantia (1669), incluía una nueva serie de diez "consultas" y una guía de medicina práctica para los principiantes. Sus Resolutiones ac Consultationes Medicae fueron reunidas en tres volúmenes impresos en Colonia (1671 y 1674) y en Lyon apareció una edición en cinco de sus Opera Medicinalia (1654-1684), cuyos tres últimos volúmenes corresponden a obras que no habían sido publicadas anteriormente.

El profesor vallisoletano fue la figura más representativa y prestigiosa en la España de mediados del siglo XVII del galenismo "moderado", que aceptó numerosos elementos de las corrientes modernas, pero como meras rectificaciones de detalle que no afectaban la validez general de las doctrinas médicas tradicionales. Dedicó, por ejemplo, a la circulación de la sangre el escrito monográfico De sanguinis circulatione et de arte sphygmica, en el que defendió la doctrina de Harvey y también la "circulación" de la linfa. Rebatió incluso, con los mejores datos anatómicos y fisiológicos de su tiempo, las objeciones que a la teoría circulatoria habían planteado el británico James Primerose y el italiano Emilio Parisano. Llegó a afirmar que Galeno y los demás autores antiguos no pudieron conocer los vasos quilíferos "porque hacían anatomía solamente en los cadáveres, en los que estos vasos no aparecen, sino que sólo lo hacen en los animales vivos después de seis horas de ingerido el alimento". Elogió, no solamente la obra de Harvey, sino las de Jean Pecquet, Caspare Aselli, Nathaniel Highmore y otros autores modernos. Sin embargo, tras haber rectificado los errores de la angiología galénica, mantuvo intocada el "arte esfígmica" del autor de Pérgamo: "La definición dada por Galeno explica completamente la naturaleza del pulso", afirmó de modo terminante.

Otro tanto hay que decir de su actitud ante la iatroquímica. Declaró inaceptable su introducción en las doctrinas patológicas, llenando de insultos a Paracelso y a sus seguidores en cinco textos dedicados a este tema. En cambio, aceptó los medicamentos químicos, "puesto que el médico dogmático debe conocer las acciones de todos los remedios que son útiles para curar las enfermedades, si éstos se aplican científicamente", y "los medicamentos espagíricos son utilizables para curar muchas enfermedades si se aplican debidamente". La química o "ars spagyrica" no debe considerarse como una secta, sino como un recurso técnico que complemente la medicina dogmática. Los galenistas franceses de estos años se opusieron rotundamente a la utilización del antimonio. Bravo de Sobremonte, por el contrario, le dedicó el estudio De Stibii natura, et usu, en el que recomienda su empleo, aunque de acuerdo con los principios tradicionales.

La contradicción que implicaba la postura de Bravo fue advertida por otros médicos españoles de su generación y de la siguiente. No obstante, la forma de superarla fue muy distinta según se estuviera decidido o no a romper con las doctrinas galénicas. Los que se aferraron a estas últimas prefirieron negar incluso las novedades más innegables antes que comprometer el sistema tradicional. Esta actitud explica el galenismo intransigente de autores de la talla de Matías García, que dedicó su vida a refutar la doctrina de la circulación sanguínea. En el polo opuesto, los partidarios de romper con las doctrinas tradicionales fueron novatores como Juan de Cabriada, que adoptaron el sistema iatroquímico y consideraron que la doctrina circulatoria, lejos de ser una rectificación de detalle, era el "nuevo sol de la medicina". Hay que advertir, sin embargo, que la postura "moderada" o ecléctica de Bravo tuvo numerosos seguidores hasta finales de la centuria, entre los que se encuentran figuras de notable importancia científica como Joan d'Alós.

Bravo de Sobremonte fue, por otra parte, un brillante clínico, que recogió principalmente su rica experiencia en las dos series de las Consultationes. Se incluye en ellas la historia clínica, con informe de autopsia, de la calculosis renal que produjo la muerte a Felipe IV. Buena parte de los casos se refieren a problemas tocoginecológicos, por los que Bravo tuvo un especial interés. Entre ellos, destacan la "consulta" sobre las convulsiones que afectaron durante el puerperio a la reina Isabel de Borbón y otra dedicada a una "úlcera en la túnica externa del útero". Se enfrentó también con cuestiones quirúrgicas ofreciendo, por ejemplo, un planteamiento riguroso de las indicaciones de la trepanación craneal. Dignos de mención son, por último, sus estudios médico-legales acerca de los envenenamientos y de los indicios de tortura en el cadáver.


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