Ponce de León
Ponce de León, el conquistador que buscó la fuente de la eterna juventud Nacido hacia 1460 en un pueblo de Valladolid, fue paje de Fernando II de Aragón. Conquistó Puerto Rico y se convirtió en su gobernador, impulsando la explotación aurífera de la isla. Pero si algo obsesionó a este aventurero fue encontrar los míticos manantiales de la inmortalidad.
Por Juan Antonio Cebrián
Cuantos soldados, aventureros y caballeros se adentraron en la epopeya americana, intentaron obtener no sólo ventajas honorables, sino también económicas. La búsqueda incesante del oro nutrió de múltiples narraciones y leyendas aquella España del siglo XVI que transitaba, casi sin oposición, hacia la titulación imperial. No es de extrañar, por tanto, que muchos eligieran la opción americana como campo de actuación para sus inquietas almas. Uno de ellos destacó sobremanera: Juan Ponce de León.
Nacido hacia 1460 en el vallisoletano pueblo de Santervás de Campos, pertenecía a una distinguida familia noble muy vinculada a la Corona, por lo que siendo niño fue paje del rey Fernando II de Aragón. Más tarde tuvo la oportunidad de demostrar su valía en la batalla participando en la guerra de Granada.
Según parece, formó parte de la tripulación que engrosó el segundo viaje colombino y, en 1502, era ya uno de los lugartenientes de Nicolás de Ovando, gobernador de La Española (Santo Domingo). Seis años después, éste le concedió licencia para explorar la isla de Borinquén (Puerto Rico), una aventura que emprendió con sólo 42 soldados y ocho marineros. Era un grupo exiguo, pero suficiente para levantar un primer asentamiento en aquel lugar al que llamaron San Juan. Los españoles fueron recibidos de forma amistosa por el cacique Agueybana. Éste le habló a Ponce de León de grandes ríos repletos de oro; la valiosa información animó a los viajeros, quienes con presteza dispusieron lo necesario para la extracción del preciado metal.
El propio capitán castellano utilizó su única nave para regresar cargado de riquezas dispuesto a comunicar la buena nueva del descubrimiento a su jefe. Ovando, complacido por el relato, le concedió en 1509 la facultad de regresar a Borinquén con muchos más colonos, víveres y materiales, lo que supuso el arranque oficial de la presencia española en la exuberante isla caribeña.
En 1510, con el título de teniente explorador y gobernador, trasladó a un centenar de pobladores e inició la explotación comercial de la isla, encomendando indios a los terratenientes y obligando a los nativos a trabajar en condiciones penosas en los yacimientos auríferos que se iban encontrando.
La situación en San Juan no se presentaba halagüeña: escasez de colonos que quisieran asentarse, indios sometidos al implacable rigor de las minas y explotaciones, enfermedades tropicales... Todo ello enojó al otrora amigo Agueybana, quien lideró una revuelta indígena que fue severamente sofocada por las eficaces armas europeas.
Al final, la incipiente colonia quedó pacificada, con lo que Ponce de León tuvo tiempo para que algunos indios amigos le contaran la historia de Bimini, un vergel cuajado de manantiales de cuyas aguas —según las narraciones populares— se obtenía la eterna juventud.
Localizar este mito se convirtió en su máxima prioridad. En marzo de 1512 abasteció tres naves y con ellas zarpó rumbo a los lugares de los que hablaban con tanta certeza los habitantes primigenios de Borinquén. Según estos, Bimini se ubicaba al norte de la isla de Cuba y, merodeando esa zona, los españoles contactaron con la península de la Florida, tras haber explorado el archipiélago de las Bahamas. Sin embargo, no consiguieron descubrir la ansiada fuente de la inmortalidad.
A pesar de ello, Ponce no cejó en su empeño. En 1515 se embarcó hacia España para negociar con el Consejo de Indias capitulaciones y recabar los apoyos necesarios. Seis años después, nombrado adelantado y justicia mayor de la Florida, logró barcos y hombres para colonizar dicho enclave americano. Pero, al poco de arribar a sus costas, el contingente español recibió un terrible ataque de los semínolas, indios autóctonos que se desenvolvían como auténticos fantasmas en esas latitudes sembradas de manglares y caimanes.
Los fieros aborígenes diezmaron la tropa hasta que el propio Ponce de León cayó malherido tras recibir una certera flecha. Su precaria salud obligó a que fuera evacuado a Cuba, donde falleció poco después en la recién fundada ciudad de La Habana. Sus restos mortales fueron llevados a su querido San Juan para ser enterrados en la capilla mayor de la iglesia de Santo Tomás. En 1913 fueron trasladados definitivamente a la catedral puertorriqueña.
Pese al evidente fracaso en la búsqueda de la eterna juventud, otros españoles no se arredraron y mantuvieron intacto el deseo de encontrar el mítico manantial. Durante años se prospectó por todas las Antillas e incluso se puso el nombre de Bimini a uno de sus archipiélagos —sito 97 kilómetros al este de Miami— sin que nadie pudiese probar jamás gota alguna de semejante elixir.
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